“Tu hermano llega en
cualquier momento” decía el mensaje de texto que me había mandado mi viejo. No
podía dejar de sonreír. Sentí que el estómago se me estrujaba igual que cuando
aprieto con fuerza el tubo del dentífrico cada fin de mes. Había esperado ese
momento por veinticuatro años.
Miré el reloj. Eran las once
de la noche del 24 de enero del 2012. Caí en la cuenta. El pasaje a Necochea
que estaba en mi mesa de luz tenía fecha para el 26 a la madrugada. Se suponía
que mi hermano llegaba el 28 y yo para ese entonces iba a estar ahí esperándolo.
“¿Por qué venís antes? Aguantame que quiero estar para recibirte”: hablaba
sola.
Me tomé un taxi con la
esperanza de subirme pronto a un ómnibus. “A la Terminal. Rápido ,
por favor, rápido” le grité al conductor mientras manejaba por 7 y 32. Se lo
dije pensando en el tráfico de todas las mañanas y casi saco un pañuelo de
papel por la ventanilla, por si acaso. Pero era enero en La Plata y no había nadie en la
ciudad.
Cuando llegué el boletero de
El Rápido Argentino me dijo las palabras que no quería escuchar: “No hay más
lugares”.
Volví a casa con desilusión.
Veinticuatro años hacía que estaba esperando a mi hermano. Toda una vida. Y
ahora que tenía que esperar apenas veinticuatro horas para verlo me temblaban
las manos como nunca. Me acosté imaginando ese encuentro pero después no pude
conciliar el sueño. Me enredé en las sábanas. Transpiré. Y un mosquito me zumbó
en la oreja toda la noche.
Al otro día, mientras armaba
el bolso, miré la foto del portarretrato del escritorio. Estábamos papá y yo. Él
tenía 37 años y la barba sin canas. Yo estaba sentada a upa y sonreía con mi
boca sin dientes. Llevaba puesta una camiseta de Gimnasia y Esgrima de La Plata –del Lobo- que se la
había pedido para mi cumpleaños de seis.
Me acordé entonces de la remera
que había comprado días atrás en Lobo Shop. Era el regalo de bienvenida para mi
hermano, pensando en cuando fuéramos los dos a la cancha con papá. Cuando
estaba guardándola en el bolso sonó mi teléfono. El pecho se me infló de
orgullo al leer el mensaje del viejo:
“Ya nació Leandro en el
primer pujo. 10.20 hs. 4,300 kg. Salió todo bien. Dice que quiere conocer a su
hermana”.
Foto de nuestro primer encuentro
*Este texto es un ejercicio del Taller de Crónica Periodística de la Universidad Orsai, a cargo de Josefina Licitra
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