A
falta de viajes, buena es la escritura. Por eso, mientras no viaje este blog
será el lugar en que publique los textos que salgan del Taller de Crónica Periodística de la Universidad Orsai, a cargo de Josefina Licitra.
Sí, para los que conocen Orsai, estos tipos lo hicieron
otra vez! Se les ocurrió fundar la Universidad Orsai y dar talleres con
profesores de muy buena calidad entre
café con leche y medialunas.
Si llegaste hasta acá y no sabés todavía qué es Orsai, estás a tiempo. Podés ver "Cómo matar al intermediario" de Hernán Casciari . Eso sí, que no te extrañe que al final te encuentres aplaudiendo al monitor.
“Vamos a la Biblioteca, el lugar más silencioso” dijo Nilda Eloy mientras abría la puerta de la Comisión Provincial de la Memoria. Era el 3 de agosto del 2006. Eloy guardó los cigarrillos en su cartera negra, caminó, tomó asiento y se dispuso a hablar. No estaba tan acostumbrada a eso. Durante más de veinte años Eloy no había abierto la boca.
“Fue el miedo” dijo en la Biblioteca.
Pero después se animó. En aquellos días de 2006, el
testimonio de Eloy estaba teniendo un lugar clave en el primer proceso oral y
público iniciado en contra del ex jefe de investigaciones de la Policía Bonaerense ,
Miguel Etchecolatz, tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto
Final.
En la
Biblioteca , Eloy hablaba en voz baja mientras deslizaba para
atrás su cabellera blanca y larga hasta la cintura. Con parsimonia contó parte
de su historia. Recordó que fue secuestrada de la casa de sus padres el 1 de
octubre de 1976, a los diecinueve años. Y que se la llevaron en un Dodge 1500,
celeste.
“Tenía todos los boletitos ganados” dijo. Su sonrisa era tensa; se mordía la comisura del labio. Intentaba
entender por qué se la habían llevado. “Pertenecía a una generación… -hizo una
pausa, buscó las palabras- que pensaba”. Esa
fue la explicación que encontró. Desde chica, en la Escuela de Bellas Artes,
se la había impulsado a tener ideas propias. A Eloy -cara lavada y frente ancha-
le habían enseñado que la política no era mala palabra y que participar no era
pecado.
Pero todo eso quedó atrás con el golpe de 1976. Desde
entonces la vida se volvió oscura. Pasó por siete centros de detención ilegal.
Llegó a pesar veintinueve kilos. Y un supuesto médico la manoseaba con la
excusa de ponerle Pancután. “Esto es el infierno y de acá no se sale” le decían sus torturadores. Pero ella
salió. Fue liberada en 1978. Y décadas después se transformó, junto a Julio
López, en testigo clave en el Caso Etchecolatz.
“Hemos
tenido el derecho de poder a hablar por aquellos que no tienen voz” dijo
entonces, el 3 de agosto de 2006, en la Biblioteca de la Comisión y un mes y medio
antes de que se conociera la condena a prisión perpetua por genocidio de Miguel
Etchecolatz. Eloy hablaba y mantenía el cuerpo erguido, con la cabeza en alto. Pero
era mucho lo que ignoraba. Eloy no sospechaba que pronto se quedaría sola. Que
Julio López desaparecería. Y que cada 18 de septiembre ella sería esa mujer de
pelo larguísimo y blanco que nos acostumbramos a ver encabezando marchas. Divisible
desde lejos, Eloy lleva siempre en su pecho una pancarta con el rostro de López y la
inscripción: “¡Aparición con vida, YA!”
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