lunes, 10 de marzo de 2014

Ultimate Frisbee, el deporte más limpio del mundo


En el mundo deportivo donde todos juegan a matar o a morir  ¿puede existir un deporte sin árbitro? A través de la filosofía del juego limpio el Ultimate Frisbee –sin contacto, mixto y autoarbitrado– alienta la competitividad sin sacrificar el respeto mutuo entre los jugadores. Para los amantes del disco volador la honestidad y el diálogo son ley. (*)

Tiago tiene catorce años y va a octavo grado. Joe es estadounidense, tiene cincuenta y enseña física en las escuelas. Mercedes trabaja en una agencia de viajes. Sebastián y su hija recién llegaron de Uruguay. Ellos son algunos de los jugadores de los ocho equipos que competirán en el “Torneo Puro Espíritu”, un campeonato de Ultimate Frisbee: un deporte donde no hay contacto físico ni juez que interprete y haga cumplir las reglas, y en el que se alienta a jugar de forma competitiva pero nunca a expensas del respeto entre jugadores. Son ellos mismos quienes tienen la responsabilidad de ser los guardianes del partido. Por eso se habla del Ultimate como “el deporte más limpio del mundo”.

Son las ocho de la mañana de un sábado soleado y para llegar a la cancha N°8 de Ciudad Universitaria los jugadores primero deben pasar por varias canchas de rugby, fútbol, básquet y tenis.
─Ahí van los putos del disco ─dice un futbolista por lo bajo.
Los ultimateros –como se llaman– siguen de largo y caminan hasta la cancha más alejada. Hasta el día de hoy, cuando son alrededor de doscientas personas, a veces se siguen disputando las canchas con los futbolistas. A su alrededor hay un solo árbol torcido que da un poco de sombra. Los jugadores llegan y desparraman sus mochilas y las bicicletas plegables en el pasto. Se sacan las zapatillas de lona, se ponen los botines y dejan botellas de agua y bolsas con mandarinas a su alcance. No hay hinchada ni director técnico. Sólo dos perros callejeros husmeando y un ruido abrumador cada veinte minutos: el de los aviones que despegan y aterrizan en Aeroparque.
En este torneo se presentan Big Red, Cadillacs, Disco Stu y Sapukay de Capital Federal, Espíritu de Fuego de Moreno (GBA), el equipo de La Plata, los Petreles de Mar del Plata y Cimarrón, de Uruguay. Se trata de un torneo solidario; esta vez la inscripción es una canasta de útiles escolares por equipo para ser donada a las escuelas de Saldías, un barrio ferroviario de cien familias ubicado entre Recoleta y Palermo. 


Se disponen a jugar por rondas. Siete jugadores se ponen en línea: cuatro hombres y tres mujeres. En frente de ellos hay el mismo número de jugadores. Los dos equipos están en una cancha de fútbol pero podrían estar en una cancha rectangular con dimensiones similares y sin arcos porque no los usan. En el medio no hay ni una pelota ni un árbitro. Sólo un disco de 175 gramos volando.
El objetivo del Ultimate es anotar puntos haciendo pases con el disco entre los jugadores hasta llegar a la zona de anotación del otro equipo. Si el disco cae al suelo, inmediatamente el otro equipo deberá reanudar el juego desde ese lugar.
Generalmente los partidos se juegan a diecisiete goles y duran alrededor de cien minutos.
 El deporte puede compararse con el básquet porque los jugadores no pueden correr mientras tienen el disco en las manos y porque el juego es rápido y tiene una gran continuidad. En ambas disciplinas hay que atrapar pases altos o interceptar al equipo contrario, marcar al poseedor del disco y lanzar en menos de diez segundos.
            El Ultimate también se puede comparar con el fútbol americano porque en ambos deportes se marca un punto cuando se recibe un pase dentro de la anotación del equipo contrario. Pero hay otras características que lo distinguen del resto de los deportes y que son las razones por las cuales la mayoría de sus jugadores lo han elegido como un deporte superador:
─El Ultimate le pasa el trapo a todos los deportes tradicionales en muchos aspectos, sobre todo en la idea del espíritu de juego, del autoarbitraje, del juego mixto, de la resolución de conflictos sin violencia ─dice Martín Gottschalk, capitán y fundador de Big Red, mientras hace girar un disco fluorescente con el dedo índice. Esa acción –que no le salía antes– fue la que llamó su atención el día en que conoció el deporte en 2008 cuando pasaba de casualidad por un parque y se acercó a unos chicos que lo invitaron a jugar.
El Ultimate es un deporte de no contacto, lo que permite que tanto hombres como mujeres y niños puedan practicarlo.
─Somos, somos cimarrones, somos cimarrones, somos cimarrones ─cantan los jugadores uruguayos todos abrazados al ritmo del cancán en un baile rápido y vivaz mientras tiran patadas altas antes de empezar a jugar.
Es el primer partido y les toca jugar con Cadillacs, uno de los mejores equipos de Buenos Aires. Son catorce jugadores y tienen algunas certezas: no se escucharán golpes ni insultos. Cuando un jugador haga un gol no se lo refregará en la cara al contrario. Cuando un jugador nuevo cometa una falta porque no sabía la regla, van a ser sus propios compañeros los que detendrán el juego para explicarle la infracción. Y cuando un jugador contrario haga una buena jugada lo felicitarán. Ningún jugador realizará una falta a propósito, y cuando una regla se rompa los jugadores de ambos equipos se pondrán de acuerdo en cómo seguir el partido. Asumirán el diálogo como principal mediador en los casos de falta o sanciones durante el juego. Y si no se ponen de acuerdo, volverán a la jugada anterior.
─Cualquiera es capaz de jugar al Ultimate pero tiene que matar ese instinto que se forma de chicos en todos los deportistas, que es el que dice que ganar es lo más importante y a cualquier costo. Quizás por eso nos cuesta tanto conseguir gente: porque muchos vienen con la cabeza de otros deportes que es a matar o a morir ─dice el estadounidense Alex Galarza, capitán de Sapukay, el equipo organizador del torneo.
Galarza habla del Espíritu de Juego, la regla máxima del Ultimate, que alienta la competitividad de alto nivel sin sacrificar el respeto mutuo entre los jugadores. Y dice que en este torneo, donde se jugarán dieciocho partidos durante dos días, los jugadores saben que cualquiera sea el resultado final todos volverán a sus casas sin odiar al equipo contrario.


***
─Frisbeeeee ─gritó con fuerza un joven luego de hacer un tiro largo en el campus de la Universidad de Yale.
Y gracias a esa señal de alerta evitó que un plato de hojalata golpeara la cabeza de su compañero.
Era 1903 y en Bridgeport, Connecticut, un grupo de estudiantes norteamericanos se divertía tirándose los moldes de las tartas que fabricaba la empresa pastelera “Frisbee Pie Company”.
Así surgió este deporte, de la mezcla de un simple juego inventado al azar y de una irresistible tentación de comer un pastel.
Pasaron los años y esta práctica tomó popularidad y se expandió entre los consumidores de tartas así como también entre los militares, que después de la Segunda Guerra Mundial jugaban lanzando estos moldes en sus cuarteles.
Walter Frederick Morrison era uno de esos soldados. Y un lanzador entusiasta.  A su regreso a los Estados Unidos decidió perfeccionar la lata de pastel y convertirla en un producto comercial. Aprovechó la llegada del plástico e ideó un nuevo modelo de frisbee.
─Pluto Platter ─dijo. La frase traducida significa “Disco de Plutón”. Lo patentó  en  la ciudad de Los Ángeles en 1955 como el  primer  disco volador. Diez años después, la fábrica de juguetes Wham-O compró la patente a Morrison, hizo modelos más ligeros, y a partir de entonces varias  compañías  comenzaron  a  producir discos  de  diferentes  formas  y  tamaños,  lo  que  permitió  que  el juego llegara a todas partes del mundo.
Si bien el  juego  inicial  consistía  en hacer  lanzamientos  y  jugar  libremente  durante  horas  en  un  campo abierto, fue en 1968 cuando el Ultimate nació como deporte. En 1968 Robert F. Kennedy y Martin Luther King, Jr. habían sido asesinados.  En 1968 Estados Unidos estaba luchando en lo que sería la guerra más larga de su historia, la Guerra del Vietnam. Los hippies politizados se comenzaban a alinear con el movimiento de derechos civiles.
En ese contexto de movimiento contracultural y pacifista, un grupo de estudiantes de secundaria de Maplewood, New Yersey, desarrolló este deporte totalmente nuevo como una actividad para sus noches de escuela. Los jóvenes que formaban parte del staff del semanario  ”The Colombian” y el Consejo Estudiantil adaptaron las reglas de otros deportes como el fútbol americano y  el baloncesto, se comprometieron a jugar sin agredir al otro y finalmente inventaron el deporte más limpio del mundo.
─Se llamará Ultimate por ser la máxima experiencia deportiva. Algún día todas las personas del mundo lo jugarán ─dijo el estudiante David  Leiwant cuando tenía trece años. Todos asintieron.
Ya desde entonces el Ultimate se perfilaba como un deporte distinto. Había una mezcla de jugadores. Desde atletas entrenados que podían correr y saltar como gacelas hasta gente con sobrepeso y con falta de coordinación. Algunos jugadores llegaban con zapatillas y musculosas y otros con la rigidez de los jeans y los zapatos para caminar. Con el paso de los años, el deporte se fue popularizando a tal punto que a fines de la década de 1960 un artículo de la revista “Time” recomendaba que los Estados Unidos y la U.R.S.S. resolvieran sus disputas con frisbees en vez de misiles.
Ahora, casi medio siglo después, el Ultimate Frisbee se juega en ochenta  países. Se estima que siete millones de personas de todas las edades –niños incluidos- practican este deporte en todo el mundo. A Sudamérica llegó por Venezuela y rápidamente se expandió a Colombia. Muchas universidades y colegios de estos países practican el deporte como oficial y cuentan con programas del gobierno que designan a deportistas de Ultimate para que dicten clases a niños y jóvenes de barrios marginales. Así  fomentan que se apropien del mensaje que quiere transmitir el deporte que tiene que ver con el espíritu de juego y con la resolución de conflictos a través del diálogo. Muchos hablan del frisbee como “el disco maestro”.
***
Alan Mackern le había lanzado un gran pase. El disco volador giraba sobre el aire. Su hermano Ian corría veloz como un perro. Tenía los ojos fijos en el disco como si guiara su vuelo y las gotas de transpiración le caían sobre su cara rosácea. Cuando supo que era el momento justo puso las manos atrás de las rodillas e impulsó sus piernas hacia arriba. Los músculos se tensionaron y sus pulsaciones aumentaron. Con sus manos ágiles tocó el disco pero éste se le deslizó entre sus dedos transpirados y conteniendo la respiración no pudo evitar lo inevitable.
El disco cayó sobre la arena y se rompió en pedazos.
─Otra vez, la puta madre ─dijo Alan tirando con bronca su gorra. Tenía rasgos anglosajones: delgado, piel blanca, barba rojiza y ojos claros.
Desde chico tanto Alan como Ian –nacidos y crecidos en Madryn– habían roto una decena de discos en las playas del sur. Años más tarde, en 2005, cuando vinieron a estudiar a Buenos Aires se enteraron de que en otros países existían discos de más gramaje y más resistentes, y que eran usados en el marco de un deporte.
─Les traje un disco en serio ─les dijo finalmente un amigo que había vuelto de Estados Unidos.
Rompieron el paquete tan entusiasmados como dos nenes cuando abren los regalos de Papá Noel. Era un frisbee de 175 gramos de Discraft ─la marca que fue seleccionada como el disco oficial del Campeonato de Ultimate en los Estados Unidos─ y venía con un dvd explicativo. Lo miraron por horas, y durante meses practicaron los dos solos en un parque y hasta en su pequeño departamento.
Hasta que un día hubo un quiebre.
─Encontramos a otros fanáticos como nosotros. Mi madre había comprado el Buenos Aires Herald. En la parte de clasificados leímos: “Nos encontramos todos los domingos en el Parque de las Américas a jugar Ultimate. Todos los niveles son bienvenidos”.
Mientras recuerda la historia en el Torneo Solidario, lan Mackern dibuja con sus manos el tamaño del pequeño cuadrado del Buenos Aires Herald. Hoy es el presidente de ADDVRA, la Asociación de Deportes del Disco Volador de la República Argentina, que coordina la difusión y el crecimiento de los deportes con disco a través de diversas actividades como torneos, ligas, cursos y congresos.
Allá fueron.
Era un domingo de mayo, hacía frío y llovía. Y allí estaban los ultimateros. Eran doce: nueve estadounidenses y tres argentinos. Corrían, se hacían pases, hacían puntos y festejaban entre los charcos de agua acumulada.
Lo que no sabían en ese momento los Mackern era que los comienzos del Ultimate en Argentina se remontaban a 1997, cuando Demian Hodari, un estadounidense que vivía en Buenos Aires, decidió que quería continuar practicando el deporte que tanto amaba y que antes de volverse había dejado la semilla del Ultimate a su sucesor Scott. Él también por cuestiones laborales dejó el país, pero antes de irse les regaló un frisbee con la leyenda “La Buena Onda” a los argentinos Daniel Prieto y Martín Muck quienes se convirtieron luego en los abanderados del Ultimate Argentino.
Tampoco los hermanos sabían ese día lluvioso que seguirían yendo todos los domingos religiosamente; y que quedarían presos de un ritual: un par de horas de Ultimate, y un par de tragos después.
En un principio la difusión se daba entre los mismos extranjeros, de boca en boca. Los nuevos integrantes aprendieron a hacer tiros precisos tanto largos como cortos, a tirar contra y a favor del viento, a saber cuándo hacer el lanzamiento, a hacer tiros desde la cintura y al ras del suelo. Y a negociar con los futbolistas, que les ocupaban el campo.
─Hace 30 años que venimos a este parque y ustedes con el disquito ¿qué hacen? ¿no pueden jugar en ese cachito? ─dice Alan imitando la voz rasgada de un hombre de 60 años.
El campo de juego tampoco era el ideal, los días de lluvia la cancha se sumergía en más de 20 centímetros de agua pero era otro problema el que les generaba dolor de cabeza. La mayoría de los primeros jugadores eran extranjeros que por unos meses se encontraban trabajando en las empresas multinacionales que habían abierto sucursales en Argentina. Llegaban, jugaban, enseñaban, dejaban sus discos como legado y se volvían. El constante recambio de los integrantes del grupo impedía un crecimiento fuerte de la actividad. Pero había algunos interesados en sumar jugadores locales para que fuesen ellos quienes continuaran desarrollando el deporte.
─Si acá no hay competencia vamos a ella ─les dijo Disque Deane Jr, alias DD, un estadounidense de gran nivel que estaba de paso y que había salido campeón en el ‘86 en su país.
Y junto con Stephen Camilli, otro fanático que lo ayudaba en la organización, les pagó un viaje a Alan para que jugara en Colombia y otro a Ian para que participara de un torneo de playa en Italia.
Allá vieron a un nene de seis años abriéndose de piernas y tirando un forhand increíble. Vieron a una chica salir disparada como una bala para interceptar un pase del equipo contrario. Y vieron a un hombre mayor tirándose de manera horizontal, casi volando, para no perder un disco.
─Queríamos hacer esas cosas acá. Desde ese momento nuestra prioridad fue el Ultimate ─dice Alan y parece revivirlo con una mirada de orgullo.
***
                Los jugadores uruguayos están ladrando. En sus gemelos no hay desgarros ni vendajes. Hay huellas de perro pintadas con marcador negro. Están parados en el medio de la cancha a la espera de su segundo partido en el Torneo Puro Espíritu. Se los ve en círculo, abrazados. Algunos tienen escrito en sus cabezas rapadas la palabra Ultimate. Hay jugadores de todas las tallas, algunos son regordetes y otros con los brazos tan consumidos que parece que van a quebrarse apenas un disco los golpee. Los ladridos se escuchan cada vez más fuerte.
El equipo uruguayo de Ultimate se llama Cimarrón y nació hace tres años. Carlos Chiale, más conocido en la comunidad como Carloncho, enseñaba ajedrez a niños de un merendero en Montevideo. Uno de sus compañeros de voluntariado era un norteamericano que en su tiempo libre le había contado lo básico del Ultimate y lo había invitado a jugar con otros extranjeros a la playa. Allá fue con su hermano menor, Juan Martín.
─En ese momento no teníamos ni idea de la filosofía del juego limpio. Íbamos solamente a tirar el disco ─recuerda Juan Martín Chiale mientras enreda sus dedos en un collar de mostacillas del Club Atlético Peñarol. Lo que tampoco sabía en ese momento es que una vez que conociera a la comunidad del Ultimate cambiaría la pelota por el disco.
Antes de volver a su país el norteamericano se despidió con dos simples actos que sin saberlo ayudarían mucho al crecimiento del Ultimate charrúa. Les dejó su disco volador y les hizo el contacto con los ultimateros argentinos: los hermanos Mackern.
─Tienen que cruzar el río y venir a jugar con nosotros –les dijo Alan Mackern invitándolos a participar.
Y ese momento llegó en Semana Santa del 2010. Reunieron a un par de familiares y amigos, se subieron a un barco y participaron en lo que sería su primer torneo, el Torneo Espíritu Sudaka –en ese momento “Truco”– que nació con la idea de acercar las comunidades de Ultimate en la región de América del Sur. 
─Fuimos unos caraduras. Nos mandamos con lo poco que teníamos. Vimos que no era sólo lanzar el disco para arriba y correr como hacíamos nosotros ─recuerda Juan Martín Chiale y ríe.
Quedaron tan alucinados con el trato de la comunidad que una única idea se les pudo haber ocurrido.
─Bo, el próximo torneo lo hacemos en Uruguay, ¿ta? ─dijeron los hermanos Chiale.
Y con las garras charrúas cumplieron su promesa en octubre organizando su propio evento deportivo.
De esos encuentros nacieron ─y nacen─ grandes amistades.
─En cualquier lugar del mundo donde haya un disco yo sé que tengo una cama donde dormir.  Eso no pasa en los otros deportes ─dice el uruguayo Sebastián Barcia, quien vino al Torneo Puro Espíritu a jugar con su hija de catorce años.
Barcia nunca participó en actividades que sean a ganar o a perder porque piensa que la competencia va en detrimento de la condición humana. Hasta la llegada del Ultimate, él andaba en zancos y en monociclo por la rambla de Montevideo. Hasta que un día se acercó al disco y entendió que en este deporte la relación con el otro y la competitividad no son opuestos.
─La competencia hace que todos juguemos mejores partidos pero no a toda costa ─dice Barcia acalorado. Se saca el gorro de pesca con cubre nuca, lo sumerge en un balde de agua y se lo vuelve a poner en su cabeza pelada.
Son las once de la mañana y el sol quema en Ciudad Universitaria. Adentro de la cancha, Laureano Landaburu, de Los Petreles ─el único equipo de Ultimate de Mar del Plata en formación─ felicita a su oponente uruguayo por la buena intercepción del disco. Él será otro de los cuarentones que al final del torneo valorará que este deporte le da un espacio.
─En la mayoría de los deportes te dicen que hasta acá llegas y sino te mandan a jugar con un grupo de viejos decrépitos.
Pero mientras tanto él ─ahora en la cancha─ está concentrado en el partido. Tiene el disco en sus manos, gira la cabeza de lado a lado, pivotea y busca a quién darle el pase. A los pocos segundos y a su derecha aparece su hija que logró perder su marca y está lista en la zona de gol para recibirlo. Laureano no duda, le clava la mirada y lo lanza con fuerza. Mientras el disco gira en el aire, él  sueña con que algún día ese pase lo reciba su nieto.
En los alrededores de la cancha los ladridos se sienten cada vez más fuertes. Pero esta vez no son sólo los uruguayos. El resto de los equipos argentinos se suma a los aullidos. Ladran feroces como una gran jauría de perros bayos aunque en verdad sólo sean un rebaño  inofensivo.
***  
─¿A qué estabas jugando cuando te caíste? ¿Al hockey? ─preguntó el traumatólogo.
─Al Ultimate Frisbee ─respondió Mercedes Napolitano.
─Ehhh… ¿al qué? ¿Frisbee dijiste? ¿Cuál es? Ah, sí, ¡ya sé! El del disco, la playa y el perro.
  ─No hay perro.
Mercedes tenía la muñeca rota, los ojos vidriosos del dolor y cierto fastidio por tener que mantener el diálogo de siempre sobre el disco, la playa y el perro.
A la explicación del Ultimate le siguió un yeso, varias sesiones de rehabilitación y meses sin jugar.
 ─Me sirvió para acercarme más a la comunidad de Ultimate sin estar adentro de la cancha y me di cuenta de que el espíritu de juego traspasa el campo ─dice Napolitano en el Torneo Solidario. Tiene un corte de pelo salvaje ─corto, rapado a los costados y con un jopo de rulos ─ y es de La Plata.
Al deporte lo conoció en noviembre del 2011 por una red social de viajeros. En una de esas reuniones de intercambios culturales junto a su novio Juan Ottonello conocieron a Riley Peck, un chico de Portland que estaba estudiando una maestría. Antes de irse  –y al igual que en los inicios del Ultimate en Buenos Aires y en Montevideo– el  norteamericano les enseñó el deporte hippie y les regaló un disco. 
Pero en la ciudad de las diagonales el Ultimate empezó de una manera muy recreativa. En las noches frías eran tan solo dos hermanos –Juan y José Ottonello– haciéndose pases. A veces se les sumaba su sobrino Tomás, de diecisiete años. Poco a poco Juan Ottonello se empezó a tomar el deporte más en serio y llevaba el disco a todas partes tratando de conseguir adeptos. Pero no convencía ni a su novia.
─Al principio yo era una de las enemigas del disco. Estaba tranquila en una plaza tomando mate y venía un disco de imprevisto y me pegaba en la cara ─recuerda Mercedes.
Ella siempre estuvo lejos de los deportes. Si de juegos se trataba prefería siempre los de mesa, nada que le exigiera un esfuerzo físico. Pero una de esas tardes de verano ocurrió algo inusual.
Juan estaba retrasado y empezó a llegar gente nueva. Mercedes dejó el mate y la cámara y agarró un disco. Empezó hacer pases con ellos. Sabía la teoría de memoria. Cuando llegó Juan se disculpó por el atraso, explicó a los nuevos las reglas básicas y preguntó:
─¿Están listos? ¿Jugamos?
─Sí ─respondió Mercedes con total naturalidad.
Ni ella lo podía creer. Desde aquel día se volvió adicta al Ultimate. Por varios meses fue la única mujer que jugaba en el equipo de La Plata pero no notaba diferencias de género en la cancha.



Gracias al boca a boca y a vivir en una ciudad universitaria llegaron muchos extranjeros que ya jugaban Ultimate en su país y se incorporaron al grupo.

Julio Rojas Correal fue uno de los primeros jugadores colombianos que llegó a La Plata en el 2012. Vino para hacer una maestría en Educación Física. En su tesis postuló al Ultimate como un deporte de equipo diferente y en contra de lo establecido.
Sin embargo al llegar a Argentina notó grandes diferencias respecto a su país.
─No me gustaba el ambiente en Colombia. Allá la competencia hizo que suba el nivel de los jugadores pero también el contacto físico. Se juega muy fuerte ya que el deporte está mucho más desarrollado. Acá la comunidad es más cálida. Siento que mis compañeros de equipo son mi segunda familia ─dice Julio mientras alienta desde la línea.   
Ese interés, ese compromiso y esa organización del grupo platense se hizo cada vez más fuerte. Hoy entrenan tres veces por semana. Los jugadores se juntan en el Parque Alberti y corren a ritmo variable, hacen continuos cambios de dirección, efectúan saltos, lanzan el frisbee a diferentes distancias y luchan por su  posesión. Los sábados juegan un picadito en la República de los Niños y ponen en práctica el aprendizaje de los entrenamientos. Este año viajaron a Córdoba, Montevideo y Bahía Blanca para participar en distintos torneos con otras comunidades del Ultimate. Además buscan difundir el deporte en las escuelas para enseñarles a profesores de educación física.
─El Ultimate fue tomado en varios países como un proyecto de pacificación para reducir la violencia en lugares más carenciados. Les enseña a los chicos a tener mucha más empatía, es ponerse en la situación del otro y escucharlo antes de irse a las manos  –dice Juan Ottonello en una entrevista radial.
      En los días lluviosos el capitán organiza encuentros bajo techo para mirar partidos y charlar cuestiones teóricas. Allí la motivación entre sus integrantes es fundamental, la aplicación de estrategias conjuntas y el perfeccionamiento táctico como equipo. 
Era miércoles a la noche y en La Plata llovía torrencialmente. El equipo se había reunido para ajustar algunos parámetros de juego. Los jugadores estaban sentados en el piso, en círculo. En el medio había tapitas de gaseosas desparramadas.
─Armen un área de gol por favor ─dijo Juan mientras repartía unas fotocopias con apuntes.
Las tapitas rojas simulaban ser el equipo de La Plata y las azules el equipo contrario. La única tapa blanca era el disco volador. Mientras el capitán iba moviendo las rojas con rapidez como si fueran sus jugadores explicaba nuevas estrategias de juego. Todos alrededor escuchaban atentamente. Pero los nuevos sabían que una vez que terminara la clase teórica serían protagonistas de la noche de bautismo.
Sobre una mesa de madera había un disco volador. Alguien destapó una botella de cerveza y la vació adentro del frisbee. Uno por uno, los nuevos integrantes tomaron el litro de cerveza sin parar.
─En el día de hoy serás Salva ─dijo Julio a Vitro y le hizo en broma la señal de la cruz.
Vitro se acomodó en la silla y Gabriel –de una gran y blanca sonrisa– le puso una camiseta de babero. Ella tomó el disco con las dos manos y empezó a tomar despacio, de a pequeños sorbos.
─¡Fondo, fondo, fondo! ─le gritaron.
Pasados los primeros minutos algunos se sorprendieron.
─Mírala eh. La tiene re clara ─dijeron desconfiados. Otros le sacaban fotos.
Vitro siguió concentrada.
─¿Está respirando todavía?  ─preguntó otro.
Ella emitió una leve sonrisa y salieron burbujas de su nariz. Pero no paró.
─No puedes parar, vuela, ¡vuela!  ─la alentó Julio como si fuera un trabajo de línea.
En el último tirón ganó velocidad hasta terminarlo. Todos aplaudieron y cantaron su nombre. 
Horas más tarde, después de tomarse varios litros de cerveza de un tirón, hicieron una tormenta de ideas para elegir el nombre del equipo. Dijeron varios nombres: cascarudos du papa, wifi, disco cruzado, la logia, cucarachas, moebius, baldosas flojas. Los anotaron en un papel y  los metieron en un disco como si fuera una urna. El equipo de La Plata pasó a llamarse Moebius.

***
En el segundo y último día del Torneo Solidario el césped brilla intensamente bajo el sol del mediodía. Pero ni los cuerpos cansados ni el calor agobiante impiden que los escoltas del platillo hagan sus rituales.
Los Petreles de Mar del Plata avanzan hacia la cancha desplegando sus brazos a los costados, imitando el vuelo de las aves marinas.
Los de Disco Stu, en círculo, extienden sus brazos hacia el centro con una mano encima de la otra y luego se sueltan gritando un fuerte “STUUUUU”.
Los jugadores de Cadillacs rugen como potentes motores. Después cantan su habitual himno:
– ¡Cerveza, cerveza, cerveza, chori, chori, chori, PAN PAN PAN PAN! –
El equipo Sapukay lanza con fuerza el grito de la provincia argentina de Corrientes de liberación, pasión, y grandeza.
–Por ti seré, por ti seré, vamos Big Red –cantan al ritmo de La Bamba los jugadores del equipo del oso verde creado en 2008. Una vez terminado el partido con La Plata, los titulares y suplentes de ambos equipos se sientan al costado de la cancha en un gran círculo, intercalados. Estiran sus piernas, toman agua y se quitan sus camisetas. Es la hora de otro encuentro importante: el “Círculo de Espíritu”. El tiempo de desahogo.
–Estoy contento porque están creciendo células de Ultimate afuera de Buenos Aires. Sumaron conocimiento, calidad y eficiencia a un ritmo de crecimiento asombroso. Ahora saquémonos todo el orgullo y el ego y hablemos a calzón quitado con la mayor honestidad para que ambos equipos podamos mejorar –dice el capitán de Big Red, Martín Gottschalk, al equipo platense mientras come una mandarina. Para Gottschalk estos círculos –que ahora sirven como una retroalimentación y como una manera de limpiar las posibles asperezas que hayan quedado– empezaron en realidad en los orígenes del deporte hippie con los abrazos al universo.
            En la ronda también se debate sobre el Espíritu de Juego, regla fundamental del Ultimate que se evalúa y se premia. Se reparten unas planillas de calificación con el objetivo de educar a los equipos y ayudar a los mismos a mejorar su desempeño en el campo. Allí se evalúan aspectos como el conocimiento y el uso de las reglas, las faltas y el contacto cuerpo a cuerpo, el juego limpio y la actitud positiva.


–En otros deportes vos sabes que llegas a la cancha, jugas un partido con desconocidos y te vas a tu casa sin saber ni siquiera los nombres. No te reís ni reflexionás con ellos –dice el colombiano Camilo Gómez. Juega hace dos años en Argentina y le dedica al disco unas treinta y cinco horas semanales.
El equipo de La Plata y EFUM –Espíritu de Fuego Ultimate Moreno– deciden jugar al Ninja. Se paran en un círculo con todos los jugadores alternados, hacen una reverencia y arranca la cuenta regresiva:
¡3, 2, 1 Ninja! gritan aguerridos.
Todos los jugadores dan un salto atrás y se colocan en posición de ataque.
Al instante un jugador ataca a su compañero de la derecha con un movimiento rápido con el fin de golpearle la mano. Su oponente, después de esquivarlo, se queda quieto. Si en cambio la mano del jugador hubiera sido golpeada, estaría fuera del juego. La ronda continua hasta que solo queda un vencedor.
–El ninja pone a prueba la velocidad, la agilidad y los reflejos mientras nos divertimos –dice Nahuel Pérez, de 19 años, mientras mira atento la final del “Torneo Puro Espíritu” entre Disco Stu y Big Red. Tiene una argolla pequeña en la nariz, un expansor en la oreja derecha y el pelo con gel.
Nahuel y el resto de sus compañeros de equipo en ese momento desconocen varias cosas. Disco Stu será el campeón luego de jugar un partido muy peleado en el que se definirá por “gol de oro” y EFUM no conseguirá estar ni siquiera en el podio. No les importará. El equipo de Moreno recibirá el premio aún más importante y festejado: el premio del Espíritu de Juego. Los jugadores volverán a sus casas eufóricos, con discos en las manos y  medallas de chocolate en las mochilas. Al pasar por las canchas de fútbol se encontrarán con una escena caldeada: un tiro libre polémico seguido de empujones e insultos.
–Se vienen las piñas –dirán los ultimateros y seguirán caminando.
El sol seguirá azotando la vista pero unas nubes duras llegarán cuando el árbitro muestre la tarjeta roja.


*Crónica trabajada en el marco del Taller de Crónica Periodística, a cargo de Josefina Licitra
Una versión reducida fue publicada en la revista BRANDO, edición Marzo 2014.

7 comentarios:

M.R.G. dijo...

GOLD. Quedará para la historia dle ultimate argentino.

M.R.G. dijo...

GOLD. Quedará para la historia del ultimate argentino.

Anónimo dijo...

EXCELENTE SIMPLEMENTE EXCELENTEEE

Unknown dijo...

Excelente!! yo que recien arranco en esto y realmente estoy fascinado, me encanto el peso HISTORICO que tiene todo el articulo!

Está 12 puntos!

iMac dijo...

Muy buena. Es una excelente descripción del espíritu de comunidad que vivimos por acá. Gracias!

Mac dijo...

Alucinante Gil..! realmente una obra de arte! Felicitaciones y gracias por tan lindo aporte a la Bitácora del Ultimate Rioplatense..!

Daniela dijo...

Hola, mi nombre es Daniela Raffo, estoy armando un sitio cultural en internet y leí tu nota del deporte más limpio del mundo y quería ver si puedo contactarte para contarte el proyecto y publicar la nota.
se llama www.emitiendo.net.
mi correo es daniela_raffo@hotmail.com. si te interesa me encantaría que me escribieras, gracias