martes, 18 de diciembre de 2012

Los coloridos días grises

Amo estos días nublados y lluviosos. No entiendo cómo hay gente que se enoja cuando llueve. Se ponen de mal humor. Corren. Huyen. Se atajan como si el agua de las nubes los fuera a achicar. Es agua… ni más, ni menos.
Los días grises son los que más me traen recuerdos.  Días en los que creo que mis sentidos se despiertan de una vez por todas, de golpe, como si hubiesen estado dormidos por meses. Huelo ese olor particular a tierra mojada que se acerca y las tortas fritas que me hacía mi abuela los domingos lluviosos como si estuvieran ahora en mi mesada, cubiertas de azúcar y listas para comer. Las saboreo.  Escucho caer las gotas que golpean suavemente en mi ventana. Salgo a caminar y disfruto del viento que me acaricia la cara. Me despeina. Busco charcos de agua acumulados en las esquinas empedradas. Tengo que tener cuidado de no chocarme con la gente ni de tropezar por estar mirando el piso. Me quedo pensando, tildada.
Me teletransporto a Auckland. En mi mente se suceden paisajes, personas que van y vienen. Allá llueve, llueve como hoy. Camino por el Auckland Domain, el parque más antiguo de aquella ciudad neozelandesa. Llevo un paraguas a lunares que aún conservo. Escucho el canto de los pájaros y las ramas de los árboles que se bambolean por el viento. Las gotas se vuelven más densas y me mojan las zapatillas. Me acerco más a la calle y siento otros ruidos: los autos, el colectivo, las conversaciones de las personas que caminan por la vereda, el ruido de una fuerte bocina o no…es un timbre…el de mi casa… Las gotas aún caen en la ventana y el café con leche calentito está servido. Huele  muy bien, como estos hermosos días grises…






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