martes, 12 de marzo de 2013

El día que conocí a Manuel Rodríguez o una de las noches más bizarras de mi vida


Es una noche calurosa de enero. César, un ecuatoriano que nos hospeda en Santiago de Chile, decide que no podemos irnos de la capital sin antes pisar “La Piojera” y sin tomar ahí el mejor terremoto del país. La qué?, el qué? Terremoto, dijo?, pienso confundida pero allá vamos.



En el camino, César nos cuenta la historia de este bar o más conocido como picada, tan típica y con tantas raíces chilenas. El nombre se lo puso Arturo Alessandri Palma en 1922 cuando aún siendo presidente de Chile fue invitado por sus amigos a tomarse unos tragos en este lugar. Al ver el pésimo aspecto del bar, sucio y repleto de gente (fundamentalmente proletariados) gritó: ¿Y a esta piojera me han traído?. Desde entonces adquirió tal nombre y hoy en día es declarado monumento sentimental, según su página oficial.


Apenas llegamos un hombre robusto encargado de la seguridad del lugar hace pasar a mis amigos y le dice algo en el oído a César. Mi host, confundido, y sin entender el balbuceo le pide que por favor le repita. Si esa chica rubia que está con vos es menor. Y me señala disimuladamente. Mis amigos, César y yo nos reímos. Hace años que no me piden el documento, realmente no recuerdo cuánto, pero sé que hace mucho tiempo. Que un patovica chileno piense que aún tengo menos de 18 años es una buena señal. O al menos para mí un indicio que será una noche larga y bizarra...



***





Tardamos en encontrar una mesa para los cinco. Realmente, el lugar está repleto de gente. Lo que más me llama la atención es que hay casi el mismo porcentaje de chilenos como de extranjeros. Give me another terrgggeeeeeeemoto por favorgg y estás cureada weona, escucho por ahí. El aspecto del bar es peor de lo que me imaginaba. Bastante sucio, y caluroso. Poca ventilación y mucho humo; hasta las paredes transpiran. Pero tiene un “no sé que” interesante. César dice que llegamos un poco tarde y que espera que haya quedado algo para comer. Yo también espero eso porque probar el terremoto sin haber comido nada antes no es buena combinación. 




Finalmente Juan y César llegan con unos perniles  (unos sándwiches de cerdo) unas porciones de papas fritas y unos cuantos terremotos. Esta bebida típica chilena está hecha principalmente de vino pipeño blanco, helado de ananá y granadina o fernet. Una mezcla muy dulce y bastante fuerte. 
                               

 Y allí me encuentro descubriendo este bar lleno de personajes curiosos, entre terremotos y anécdotas con amigos. 

- Miren che…¿Ese no es el tipo que estaba hoy a la tarde en el Museo?, pregunta mi compañera de viajes Merchu. Miro atenta a donde ella señala.

Veo un hombre patilludo de unos cuarenta años de edad vestido con una chaqueta y un pantalón negro con detalles bordados en plateado. Sus botas brillan de tanto lustre y lleva en una mano una botella de cerveza y en la otra un sable. Sí, un sable. 

Merchu tiene razón. Es el mismo hombre que mientras nosotros escuchábamos una visita guiada en el Museo Histórico Nacional, andaba caminando por los pasillos. Pero, ¿qué hace solo a esta hora, en este lugar y vestido así? ¿Es una joda? ¿Va hacer un show? ¿Va haber una fiesta de disfraces y el loco llegó primero? La verdad no entiendo. No puedo dejar de preguntármelo. Me gana la curiosidad y decido averiguar quién es. 

Me dirijo a un mozo y le pregunto. Me contesta de forma amable y sincera: 

- Es Manuel Rodríguez…¿Querés que te lo presente?

- Sí, por supuesto (modo bizarro: ON). 

El hombre, con los ojos un poco desorbitados me invita a sentarme y me repite lo mismo: - Soy Manuel Rodríguez. 

Mi cara de confusión lo debe haber dicho todo porque al instante explicó: 

- Soy amigo de San Martín. (Ahhh pero ahora me queda mucho más claro eh! (?) 

- Luché por la Independencia chilena. Vení, sentate. Y me invita a tomar una cerveza. 

No sé qué pensar. Realmente espero que detrás del mostrador aparezca gente con cámaras de televisión diciéndome que es una joda para un Tinelli chileno, o algo así. Pero nada, él insiste en que es uno de los Padres de la Patria Chilena, el mismísimo que está en los billetes de 2.000 pesos chilenos (ARG $20) que llevo en mi billetera. Y yo le sigo el juego. Como recorrí varios años de la historia chilena a través de la visita guiada del museo  tengo bastante frescos algunos acontecimientos históricos del país así que aprovecho entre chela y chela para preguntarle al mismísimo patriota esos hechos que me quedaron en el tintero. Todas mis dudas históricas son contestadas por Manuel (a esta altura ya es Manu!). 

No puedo dejar de mirar de reojo a mis amigos que se ríen desde el otro del bar, quienes esperaban que les dijera meramente la información y en cambio después de varios minutos les traigo algo muchísimo mejor: invito al misterioso personaje a tomar un trago con nosotros. No solo que acepta gustoso sino que mientras él encarga otra cerveza me pide que le sostenga el sable. (evitar chistes fáciles por favor). 

Voy en dirección a la mesa de mis compañeros de ruta con el sable de Manuel Rodríguez y mágicamente obtengo la atención de todos los locales del lugar. Genia, ídola, tenés el sable de Manuel Rodríguez, me gritan borrachos. Yo para ese entonces, estoy tentada de la risa. Es que claro, aquel personaje histórico es considerado uno de los principales gestores y partícipes del proceso de independencia de Chile y uno de los Padres de la Patria de Chile, junto con José Miguel Carrera, y Bernardo O'Higgins. Y yo estoy ahí, con el sable de éste héroe chileno cuidándolo (Aclaración: no es el original pero sí es uno de verdad!) 

Tratando de contener la risa

Cuando creo que el modo bizarro se va a apagar en cualquier momento, me encuentro sentada con él y mis amigos en una mesa sucia de La Piojera hablando de interesantes hechos históricos mezclados con canciones de Yayo. Sí, este señor las sabe todas y cada una de las canciones y las canta orgulloso. (??)
Le veo un anillo en su anular izquierdo entonces le pregunto si está casado. Me responde con una negación. Le explico que en mi país eso significa, por lo general, un cierto compromiso con la otra persona. 

- No, no. Ella es africana y está casada allá. Pero viste, son otras culturas. Acá soy como su amante, me la garcho no más como dicen ustedes los argentinos. 

Cuando me sigue contando de su "touch and go", haciéndose el galán y el fogoso aparece el súmmum de lo bizarro. Le suena el teléfono. 

Estoy sentada a su lado así que no puedo evitar escuchar la conversación: 
- Hola mamitaaaa! Estoy con unos amigos, no te preocupes que en un rato ya vuelvo.
Al instante me imagino que es la mujer africana pidiéndole una explicación de por qué siendo las 3 de la mañana todavía no llegó del trabajo del museo que salió a la tardecita. 

Corta el celular y me explica: Era mi mamá, pasa que vivo con ella y se preocupa si vuelvo muy tarde. (No aclares que oscurece che, hombre grande!) 

*** 
Ya no queda nadie en el bar, y un mozo que parece ser de República Dominicana casi que nos barre los pies. Con mis compañeros sabemos que al otro día tenemos un largo viaje así que decidimos partir. No antes sin sacarnos una foto en “La Piojera”. Sí, la típica foto turística en la puerta de entrada. Pero la nuestra tiene un agregado particular: Manuel Rodríguez. 

El barrio es un tanto peligroso de noche. Pasan dos muchachos con actitud sospechosa y el héroe popular nos tranquiliza: No se preocupen, yo los protejo. Acuérdense que tengo el sable. Le agradecemos la velada y nos despedimos de él. 

El conductor del taxi que acabamos de parar lo escucha y lo reconoce:

- Ese era Manuel Rodríguez, ¿no? 

- El mismo.

Y todos nos reímos.