Sentimientos encontrados, paralelos y opuestos. Momentos de enojo, angustia y desilusión. Momentos de alegría y fervor. Juntos, hoy, hacen que el reloj de mi cabeza se detenga, dé marcha atrás y recuerde esos momentos pasados. La amistad que se transforma. La que se marchita. La que se diluye. La que se renueva. La que se fortalece. La que se extraña. La que se añora. La amistad que no se olvida jamás. El amor de verano. El que perduró. El que murió. La independencia que crece. Lo que fue, lo que es y lo que será...
Y si de esto se trata, San Bernardo es el lugar que viene a mi mente. El destino elegido para mis primeras vacaciones con amigos y el que se repitió durante años. Por ésta razón intentaré desarrollar aquí algunas de las experiencias vividas a lo largo de cuatro veranos. Espero no confundir al lector y que mi memoria no me falle.
---------------------------------------------------------------------------------------------"Después del examen de Matemáticas, vamos a comprar los pasajes para San Ber”, me dijo una amiga hace unos años. No recuerdo qué día, pero seguramente fue uno de los primeros días de Diciembre cuando estábamos por terminar otro año escolar. Y qué nos importaba cómo salíamos en el examen, lo que realmente queríamos era ir a la Terminal a comprar los pasajes. Ustedes dirán: ¿Por qué tanta emoción? Era más que un simple boleto a esa localidad balnearia que por cierto queda relativamente cerca. Era un pasaje hacia la libertad. Por lo menos así lo sentía a esa edad. Porque las primeras vacaciones con amigos quedan en la memoria. Uno siente independencia y libertad. Uno se siente grande, se siente bien. Aunque se tenga 15 años y la mamá le siga lavando la ropa, irse con amigos a una ciudad que no es la propia y sin mayores a cargo era un gran paso. Era un desafío. Limitado, obviamente. No iba a escaparme de mi casa pero era un desafío al fin.
Emprendí el viaje con mis cinco amigas hacia esta ciudad cercana, donde nos hospedamos en el edificio de una de ellas. El querido Principado. Tenía una ubicación privilegiada: sobre la calle principal, Chiozza, y a tan sólo dos cuadras de la playa. El departamento 307, en el tercer piso, se hacia querer.
Siempre solíamos ir la primera quincena de enero. Me acuerdo que nos caía Reyes por lo que en los primeros años nos invadía un sentimiento de niñez y, luego de poner los zapatitos nos hacíamos regalos sorpresas (en lugar de pasto poníamos yerba y para el agua un bidón de 5 lt). Aclaración: estábamos en esa etapa niñez - adolescencia en que todo tipo de boludeces, contradicciones, e incoherencias son comunes.
Para que puedan entender como eran nuestros veranos les explicaré con más detalle como se desarrollaban nuestros días. Envueltas en ese contexto de cambio tanto físico como psicológico, propio de la edad, sumado al hecho que no había mucho control paternal, precisamente no nos caracterizábamos por levantarnos temprano para disfrutar del sol de la mañana como lo hacen las familias. En plena adolescencia, la noche nos llamaba más la atención así que nuestro día empezaba recién a las 4 de la tarde, con algún ruidito molesto que interrumpía nuestro dulce sueño. Era fácil: o era un novio que había quedado en La Plata o los padres que querían saber si te estabas portando bien. Maldito control, que a la distancia no se notaba tanto. Bastaba con tener apretado el botón rojo del celular and turn it off. Bueno, cuestión que ya alguna se había despertado. Estaba la que saltaba de la cama directo a bañarse, sí aunque no lo crea se bañaba para ir a la playa y después meterse al mar. Nunca lo entendí. También estaba la que necesitaba hacer fiaca unos minutos o la que directamente se quedaba durmiendo. Los diálogos solían repetirse: “Miren la hora qué es!! ¿Desayunamos? ¿Almorzamos? Merendamos?”, preguntaba una. “Poné el agua para el mate, comemos algo por ahí”, ordenaba otra. “¿Quién lleva la yerba? Yo llevo cartas”. “No llevo el bronceador si a esta hora ya no quema el sol”, aseguraba una amiga. Entre una cosa y la otra se nos hacían fácil las 16.30. Bajábamos en el ascensor, siempre haciendo algún comentario del cartel del control de seguridad que nunca estaba en color verde lo que significaba que no estaba en condiciones óptimas. Saludábamos al portero amablemente. Aunque no recibíamos de él la misma respuesta.
Siempre hacíamos el mismo recorrido para ir a la playa. Al llegar a la esquina de Santa María de Oro una amiga miraba por una extraña razón a la heladería. Luego, continuábamos viaje charlando, riendo, y en el medio de la cuadra recuerdo que siempre me llamaba la atención un cartel de un restaurant. “Si no comió bien, no paga”. Todavía tengo pendiente comprobar si es verdad. Bueno ya casi llegábamos al balneario, pero antes estaba la parada primordial. Se trataba de un lugar muy caluroso y con un nombre poco original pero chistoso: “El rey del churro”, acompañado obviamente de un cartel en la vereda con un dibujo de un churro muy sonriente con un gorro panadero. Comprábamos una docena y ahora si llegábamos al balneario Aloha. Lleno de gente. Demasiada. Grupos de jóvenes, familias, niños correteando por ahí, chicos jugando al fútbol, etc. Que tarea difícil era la de encontrar un lugar para nosotras seis sin que tuviéramos que tocarle con el pie la cabeza pelada de un cuarentón. Luego de esa misión casi imposible, nos acostábamos a tomar sol o mejor dicho a seguir durmiendo. Es que la noche había estado movidita.
Si hacía calor, no se aguantaba esa situación de estar tiradas cual lagartos en la arena. Íbamos derecho al mar. Siempre alguna terminaba revolcada por una ola violenta. Como es la condición humana (me hago cargo), era muy divertido para el que lo veía y muy vergonzante para el que lo padecía. De ahí, alguna caía “sin querer” a la arena, sobretodo cuando había algún chico que se abusaba de su fuerza física. Y listo, milanesa.
De vez en cuando una pelota te caía encima (particularmente parezco un imán, este verano me cayeron de todos los tamaños). Pintaba el mate, los churros y los amigos que te visitaban como si los olieran a la distancia. Además todas las tardes se escuchaba la clásica propaganda irritante: “pi pi pirulo, el helado más rico de la ciudad”, que pasaba con una pancarta en una avioneta destartalada que mirando al cielo uno pensaba: ¡Ay dios por favor no quiero morir de esta manera!
De estar tiradas tanto tiempo alguna proponía caminar hasta al muelle. Pero muchas veces no pasaban de meras intenciones porque el muelle estaba lejos y rondaba en el pensamiento de la mayoría que se estaba de vacaciones de todo, del colegio, de la familia, y el gimnasio no debía quedar excluido!
Y así llegaba el atardecer, y nos encontraba jugando al truco, haciendo campeonatos acompañados de rondas de mates. Se levantaba viento y decidíamos volver al departamento. Había que hacer las compras para la cena y uno de los momentos que más se disfrutaban del día era el de la picadita al atardecer. Siempre presente, mejor aún si había balcón. Entre los vicios de las muchachas (coca cola, chizitos, cigarrillos y cerveza bien fría) se desarrollaban las mejores charlas. La confianza extrema. Las confesiones. Los delirios. Las canciones. Los juegos. La risa que contagiaba y que hacía ampliar el deseo de que esa quincena no terminara pronto. Y así en la tranquilidad que producía estar viendo la noche estrellada en shorcito, buzo, ojotas y con el pelo enmarañado, un grito agudo interrumpía esa escena y me avisaba que tenía el próximo turno para bañarme o me llamaba desde abajo para que le tirara la llave por el balcón porque se había quedado afuera del edificio. Mientras tanto, otras de las chicas recorrían la peatonal, miraban vidrieras o se detenían a observar los espectáculos de los artistas callejeros. Un clásico era escuchar en la puerta del Principado al chico que cantaba Ojalá de Silvio Rodríguez.
Finalmente, después de un tiempo bastante considerable en que nos dedicábamos a las cosas típicas de la mujer se armaban las previas. Solas o con amigos nunca faltaba el alcohol y la música. Miles de juegos y apuestas. Un grupo timbero. El truco, el carioca, el póker, la mosca, la canasta. Y también estaban los que servían para “entonarte” antes de salir. Esos que desinhiben y causan mucha diversión y otras veces tantos papelones que es mejor no acordarse. “El 21” (que sentenciaba a los que no tenían memoria), “el barquito”, “el yo nunca” (momentos de confesiones), “la abuela”, “el medio limón”, “el buenos días señorita” (no apto para gente que no coordina), etc.
Y así vaso va, vaso viene, continuábamos la noche caminando hasta llegar a la Avenida San Bernardo donde estaban los bares y boliches. No éramos de ir a bailar sino más bien de quedarnos en un bar. Éramos clientas habituales del bar llamado Dublín. Un lugar oscuro, de tamaño mediano con sillas y mesas de madera. Tenía un pool y afuera un patio grande con sillas plásticas de Quilmes. Mucho rock nacional. El otro bar que nos gustaba era La Roca, ubicado en una esquina con mucho espacio al aire libre donde pasaban buena música, y tocaban bandas en vivo.
Y al finalizar la noche, con los pies cansados caminábamos esas cuadras que se hacían eternas. Con muchas anécdotas graciosas, con mucha resaca, tal vez haciéndole la gamba a una, cuidando a otra. Terminábamos yendo a comer conos de papas fritas en Floppy`s o yendo a la playa para ver el amanecer junto al mar.
Y en nuestro despertar tardío, corrían las semanas hasta que en el último día nos dábamos cuenta que habíamos ido a la playa 15 días pero que estábamos más blancas que cuando llegamos. Entonces a las 12 del mediodía, nos calcinábamos al sol sin protección. Y chau. Consecuencia inmediata: roja como un tomate (platense), y a la noche terminábamos con un vaso de agua en la cabeza para revertir la insolación. Creer o reventar. Ya no había nada que perder, se terminaban las vacaciones.
Párrafo aparte merecen tres amistades que compartieron conmigo este destino:
1) La amistad que se fortalece: Ella que es mi amiga desde hace 15 años. Ella que me conoce como nadie. Ella que es de Estudiantes. Que sueña con casarse, tener hijos, un perro y vivir en una casa grande con escaleras (obviamente diseñada por sí misma). Ella que tiene una memoria envidiable que recuerda los números de teléfonos y las fechas de los cumpleaños. La que ama ver series y películas. La que es adicta a la coca cola y a los chizitos. Ella que es impuntual. Que sabe cómo está mi estado de ánimo incluso sin verme. Ella que es mi compañera de emociones...
2) La amistad que se renueva: Ella que forma parte de una amistad vieja que se transformó para bien en una amistad mayor. Ella que comparte conmigo la pasión por el Lobo. La que vive haciendo chistes. La que es adicta al fernet y a los cigarillos. La que conoce esas canciones que nadie sabe. La que se distrae con cosas brillantes. La que se pasa el día riéndose. La que ama las botas. La que extraña su ex casa. La que no tiene paciencia con los chicos. La que muchas veces piensa en inglés. Ella que es exagerada como pocos. Ella que sabe como levantar el ánimo. Ella que es mi cómplice...
3) La amistad que se extraña y que no se olvida: Él, que no tenía memoria. Que ganaba al 21 porque siempre le tocaba el mismo número. Que fumaba cigarrillos Camel. Que era generoso y muy caballero. Que caminaba muchas cuadras más para que no nos volviéramos solas. Que extrañaba a su abuelo y que amaba a su novia. Que le hacía la gamba al amigo. Que estudiaba y trabajaba. Que se pasaba diciendo: Ufa. Que en esos 10 días se hizo querer y que junto a Nacho se ganaron el título de Los increíbles. Él, que cantaba muy mal y que tocaba la guitarra aún peor. Él...que cada vez que veo esta foto me arranca una sonrisa de mi cara...
¿SERÁ VERDAD?
En este viaje, ¿Será verdad que...
- Alguien siempre se ponía mal el protector solar y se quemaba con marcas de dedos?
- Alguien se tomó sin querer un vaso de agua lleno de cenizas de cigarrillo?
- Algunas comían queso mientras que cantaban "Let it cheese"?
- A alguien le agarró un ataque porque había perdido su gorra (que misteriosamente apareció en el freezer)
- Los hígados pedían piedad porque veían la mesa con manchas de alcohol que no salían?
- Alguien veía caras en un buzo y escuchaba una orquesta en la heladera?
- Alguien hinchaba mucho con la guitarra al ritmo de Nacho, Nacho...?
- Alguien cayó Bajísimo, bajísimo!?
- Alguien se clavó una astilla en el pie?
- El Mickey que vendía pirulines en la playa hacia apología de la droga?
- Todas querían que lloviera para ir a comer tortas a Toto`s?
- Festejaban siempre los cumpleaños en Carlitos porque les hacían un show?
- Alguien el primer día rompió el placard?
- Alguien rompió la garrafa?
- Las mayores que podían ir al bingo ganaron una vez y despertaron con mucha emoción a las menores que se habían quedado durmiendo?
- Alguien amablemente fue a comprar sandwichitos al almacén de enfrente y volvió a los dos segundos llorando porque se había caído de la escalera?
(confieso que yo fui la torpe pero ¿saben cuál fue la respuesta inmediata de mis queridas amigas?? ¿Y los sandwiches?? Como las odié, me había hecho mierda y las gordas preguntaban por la comida!!! jajaja fue una caída histórica...
Me pregunto muchachas, ¿Qué esperamos para ir un fin de semana largo al Principado?