En el mundo deportivo donde todos
juegan a matar o a morir ¿puede existir un
deporte sin árbitro? A través de
la filosofía del juego
limpio el Ultimate Frisbee –sin contacto,
mixto y autoarbitrado– alienta la competitividad sin sacrificar el respeto
mutuo entre los jugadores. Para los amantes del disco volador la honestidad y
el diálogo son ley. (*)
Tiago
tiene catorce años y va a octavo grado. Joe es estadounidense, tiene cincuenta y
enseña física en las escuelas. Mercedes trabaja en una agencia de viajes. Sebastián
y su hija recién llegaron de Uruguay. Ellos son algunos de los jugadores de los
ocho equipos que competirán en el “Torneo Puro Espíritu”, un campeonato de
Ultimate Frisbee: un deporte donde no hay contacto físico ni juez que
interprete y haga cumplir las reglas, y en el que se alienta a jugar de forma
competitiva pero nunca a expensas del respeto entre jugadores. Son ellos mismos quienes tienen la responsabilidad de ser los
guardianes del partido. Por eso se habla del Ultimate como “el deporte más
limpio del mundo”.
Son
las ocho de la mañana de un sábado soleado y para llegar a la cancha N°8 de Ciudad
Universitaria los jugadores primero deben
pasar por varias canchas de rugby, fútbol, básquet y tenis.
─Ahí
van los putos del disco ─dice un futbolista por lo bajo.
Los ultimateros –como se llaman– siguen
de largo y caminan hasta la cancha más alejada. Hasta el día de hoy, cuando son
alrededor de doscientas personas, a veces se siguen disputando las canchas con
los futbolistas. A su alrededor hay un solo árbol torcido que da un poco de
sombra. Los jugadores llegan y desparraman sus mochilas y las bicicletas
plegables en el pasto. Se sacan las zapatillas de lona, se ponen los botines y
dejan botellas de agua y bolsas con mandarinas a su alcance. No hay hinchada ni
director técnico. Sólo dos perros callejeros husmeando y un ruido abrumador
cada veinte minutos: el de los aviones que despegan y aterrizan en Aeroparque.
Se
disponen a jugar por rondas. Siete jugadores se ponen en línea: cuatro hombres
y tres mujeres. En frente de ellos hay el mismo número de jugadores. Los dos
equipos están en una cancha de fútbol pero podrían estar en una cancha
rectangular con dimensiones similares y sin arcos porque no los usan. En el
medio no hay ni una pelota ni un árbitro. Sólo un disco de 175 gramos volando.
El
objetivo del Ultimate es anotar puntos haciendo pases con el disco entre los
jugadores hasta llegar a la zona de anotación del otro equipo. Si el disco cae al suelo, inmediatamente el otro
equipo deberá reanudar el juego desde ese lugar.
Generalmente los partidos se juegan a diecisiete goles y duran alrededor
de cien minutos.
El deporte puede compararse con el básquet
porque los jugadores no pueden correr mientras tienen el disco en las manos y
porque el juego es rápido y tiene una gran continuidad. En ambas disciplinas
hay que atrapar pases altos o interceptar al equipo contrario, marcar al
poseedor del disco y lanzar en menos de diez segundos.
El
Ultimate también se puede comparar con el fútbol americano porque en ambos
deportes se marca un punto cuando se recibe un pase dentro de la anotación del
equipo contrario. Pero hay otras
características que lo distinguen del resto de los deportes y que son las
razones por las cuales la mayoría de sus jugadores lo han elegido como un
deporte superador:
─El
Ultimate le pasa el trapo a todos los deportes tradicionales en muchos aspectos,
sobre todo en la idea del espíritu de juego, del autoarbitraje, del juego
mixto, de la resolución de conflictos sin violencia ─dice Martín Gottschalk,
capitán y fundador de Big Red, mientras hace girar un disco fluorescente con el
dedo índice. Esa acción –que no le salía antes– fue la que llamó su atención el
día en que conoció el deporte en 2008 cuando pasaba de casualidad por un parque
y se acercó a unos chicos que lo invitaron a jugar.
El
Ultimate es un deporte de no contacto, lo que permite que tanto hombres como
mujeres y niños puedan practicarlo.
─Somos,
somos cimarrones, somos cimarrones, somos cimarrones ─cantan los jugadores
uruguayos todos abrazados al ritmo del cancán en un baile rápido y vivaz
mientras tiran patadas altas antes de empezar a jugar.
Es
el primer partido y les toca jugar con Cadillacs, uno de los mejores equipos de
Buenos Aires. Son catorce jugadores y tienen algunas certezas: no se escucharán
golpes ni insultos. Cuando un jugador haga un gol no se lo refregará en la cara
al contrario. Cuando un jugador nuevo cometa una falta porque no sabía la
regla, van a ser sus propios compañeros los que detendrán el juego para
explicarle la infracción. Y cuando un jugador contrario haga una buena jugada lo
felicitarán. Ningún jugador realizará una falta a propósito, y cuando una regla
se rompa los jugadores de ambos equipos se pondrán de acuerdo en cómo seguir el
partido. Asumirán el diálogo como principal mediador en los casos de falta o
sanciones durante el juego. Y si no se ponen de acuerdo, volverán a la jugada
anterior.
─Cualquiera
es capaz de jugar al Ultimate pero tiene que matar ese instinto que se forma de
chicos en todos los deportistas, que es el que dice que ganar es lo más
importante y a cualquier costo. Quizás por eso nos cuesta tanto conseguir gente:
porque muchos vienen con la cabeza de otros deportes que es a matar o a morir ─dice
el estadounidense Alex Galarza, capitán de Sapukay, el equipo organizador del
torneo.
Galarza
habla del Espíritu de Juego, la regla máxima del Ultimate, que
alienta la competitividad de alto nivel sin sacrificar el respeto mutuo entre
los jugadores. Y dice que en este torneo, donde se jugarán dieciocho partidos durante
dos días, los jugadores saben que cualquiera sea el resultado final todos
volverán a sus casas sin odiar al equipo contrario.
***
─Frisbeeeee
─gritó con fuerza un joven luego de hacer un tiro largo en el campus de la Universidad de Yale.
Y
gracias a esa señal de alerta evitó que un plato de hojalata golpeara la cabeza
de su compañero.
Era
1903 y en Bridgeport, Connecticut, un grupo de estudiantes
norteamericanos se divertía tirándose los moldes de
las tartas que fabricaba la empresa pastelera “Frisbee Pie Company”.
Así
surgió este deporte, de la mezcla de un simple juego inventado al azar y de una
irresistible tentación de comer un pastel.
Pasaron
los años y esta práctica tomó popularidad y se expandió entre los consumidores
de tartas así como también entre los militares,
que después de la
Segunda Guerra Mundial jugaban lanzando estos moldes en sus
cuarteles.
Walter
Frederick Morrison era uno de esos soldados. Y un lanzador entusiasta. A su regreso a los Estados Unidos decidió
perfeccionar la lata de pastel y convertirla en un producto comercial.
Aprovechó la llegada del plástico e ideó un nuevo modelo de frisbee.
─Pluto Platter ─dijo.
La frase traducida significa “Disco de Plutón”. Lo patentó en la
ciudad de Los Ángeles en 1955 como el
primer disco volador. Diez años
después, la fábrica de juguetes Wham-O compró la patente a Morrison, hizo
modelos más ligeros, y a partir de entonces varias compañías
comenzaron a producir discos de
diferentes formas y
tamaños, lo que
permitió que el juego llegara a todas partes del mundo.
Si
bien el juego inicial
consistía en hacer lanzamientos
y jugar libremente
durante horas en
un campo abierto, fue en 1968
cuando el Ultimate nació como deporte. En 1968 Robert F. Kennedy y Martin Luther King, Jr. habían sido asesinados. En 1968 Estados Unidos estaba luchando en lo
que sería la guerra más larga de su historia, la Guerra del Vietnam. Los hippies politizados se comenzaban a alinear con el
movimiento de derechos civiles.
En
ese contexto de movimiento contracultural y pacifista, un
grupo de estudiantes de secundaria de Maplewood, New Yersey, desarrolló este
deporte totalmente nuevo como una actividad para sus noches de escuela. Los
jóvenes que formaban parte del staff del semanario ”The Colombian” y el Consejo Estudiantil
adaptaron las reglas de otros deportes como el fútbol americano y el
baloncesto, se comprometieron a jugar sin agredir al otro y finalmente
inventaron el deporte más limpio del mundo.
─Se
llamará Ultimate por ser la máxima experiencia deportiva. Algún día todas
las personas del mundo lo jugarán ─dijo el estudiante David Leiwant
cuando tenía trece años. Todos asintieron.
Ya desde entonces el Ultimate se perfilaba como un deporte distinto.
Había una mezcla de jugadores. Desde atletas entrenados que podían correr y
saltar como gacelas hasta gente con sobrepeso y con falta de coordinación. Algunos
jugadores llegaban con zapatillas y musculosas y otros con la rigidez de los
jeans y los zapatos para caminar. Con el paso de los años, el deporte se fue
popularizando a tal punto que a fines de la década de 1960 un artículo de la
revista “Time” recomendaba que los Estados Unidos y la U.R.S.S. resolvieran sus
disputas con frisbees en vez de misiles.
Ahora,
casi medio siglo después, el Ultimate Frisbee se juega en ochenta países. Se estima que siete
millones de personas de todas las edades –niños incluidos- practican
este deporte en todo el mundo. A Sudamérica llegó por Venezuela y rápidamente
se expandió a Colombia. Muchas universidades y colegios de estos países
practican el deporte como oficial y cuentan con programas del gobierno que designan
a deportistas de Ultimate para que dicten clases a niños y jóvenes de barrios marginales.
Así fomentan que se apropien del mensaje
que quiere transmitir el deporte que tiene que ver con el espíritu de juego y
con la resolución de conflictos a través del diálogo. Muchos hablan del frisbee
como “el disco maestro”.
***
Alan
Mackern le había lanzado un gran pase. El disco volador giraba sobre el aire.
Su hermano Ian corría veloz como un perro. Tenía los ojos fijos en el disco
como si guiara su vuelo y las gotas de transpiración le caían sobre su cara
rosácea. Cuando supo que era el momento justo puso las manos atrás de las rodillas e impulsó sus piernas hacia arriba. Los
músculos se tensionaron y sus pulsaciones
aumentaron. Con sus manos ágiles tocó el disco pero éste se le deslizó
entre sus dedos transpirados y conteniendo la respiración no pudo evitar lo
inevitable.
El
disco cayó sobre la arena y se rompió en pedazos.
─Otra
vez, la puta madre ─dijo Alan tirando con bronca su gorra. Tenía rasgos
anglosajones: delgado, piel blanca, barba rojiza y ojos claros.
Desde
chico tanto Alan como Ian –nacidos y crecidos en Madryn– habían roto una decena
de discos en las playas del sur. Años más tarde, en 2005, cuando vinieron a
estudiar a Buenos Aires se enteraron de que en otros países existían discos de
más gramaje y más resistentes, y que eran usados en el marco de un deporte.
─Les
traje un disco en serio ─les dijo finalmente un amigo que había vuelto de
Estados Unidos.
Rompieron
el paquete tan entusiasmados como dos nenes cuando abren los regalos de Papá
Noel. Era un frisbee de 175
gramos de Discraft ─la marca que fue seleccionada como
el disco oficial del Campeonato de Ultimate en los Estados Unidos─ y venía con
un dvd explicativo. Lo miraron por horas, y durante meses practicaron los dos
solos en un parque y hasta en su pequeño departamento.
Hasta
que un día hubo un quiebre.
─Encontramos
a otros fanáticos como nosotros. Mi madre había comprado el Buenos Aires
Herald. En la parte de clasificados leímos: “Nos encontramos todos los domingos
en el Parque de las Américas a jugar Ultimate. Todos los niveles son
bienvenidos”.
Mientras
recuerda la historia en el Torneo Solidario, lan Mackern dibuja con sus manos
el tamaño del pequeño cuadrado del Buenos Aires Herald. Hoy es el presidente de
ADDVRA, la Asociación
de Deportes del Disco Volador de la República Argentina,
que coordina la difusión y el crecimiento de los deportes con disco a través de
diversas actividades como torneos, ligas, cursos y congresos.
Allá
fueron.
Era
un domingo de mayo, hacía frío y llovía. Y allí estaban los ultimateros. Eran
doce: nueve estadounidenses y tres argentinos. Corrían, se hacían pases, hacían
puntos y festejaban entre los charcos de agua acumulada.
Lo
que no sabían en ese momento los Mackern era que los comienzos del Ultimate en
Argentina se remontaban a 1997, cuando Demian Hodari, un estadounidense que
vivía en Buenos Aires, decidió que quería continuar practicando el deporte que
tanto amaba y que antes de volverse había dejado la semilla del Ultimate a su
sucesor Scott. Él también por cuestiones laborales dejó el país, pero antes de
irse les regaló un frisbee con la leyenda “La Buena Onda” a los
argentinos Daniel Prieto y Martín Muck quienes se convirtieron luego en los
abanderados del Ultimate Argentino.
Tampoco
los hermanos sabían ese día lluvioso que seguirían yendo todos los domingos
religiosamente; y que quedarían presos de un ritual: un par de horas de
Ultimate, y un par de tragos después.
En
un principio la difusión se daba entre los mismos extranjeros, de boca en boca.
Los nuevos integrantes aprendieron a hacer tiros precisos tanto largos como
cortos, a tirar contra y a favor del viento, a saber cuándo hacer el
lanzamiento, a hacer tiros desde la cintura y al ras del suelo. Y a negociar
con los futbolistas, que les ocupaban el campo.
─Hace
30 años que venimos a este parque y ustedes con el disquito ¿qué hacen? ¿no
pueden jugar en ese cachito? ─dice Alan imitando la voz rasgada de un hombre de
60 años.
El campo de juego
tampoco era el ideal, los días de lluvia la cancha se sumergía en más de 20 centímetros de
agua pero era otro problema el que les generaba dolor de cabeza. La mayoría de
los primeros jugadores eran extranjeros que por unos meses se encontraban
trabajando en las empresas multinacionales que habían abierto sucursales en
Argentina. Llegaban, jugaban, enseñaban, dejaban sus discos como legado y se
volvían. El constante recambio de los integrantes del grupo impedía un
crecimiento fuerte de la actividad. Pero había algunos interesados en sumar
jugadores locales para que fuesen ellos quienes continuaran desarrollando el
deporte.
─Si acá no hay
competencia vamos a ella ─les dijo Disque Deane
Jr, alias DD, un estadounidense de gran nivel que estaba de paso y que
había salido campeón en el ‘86 en su país.
Y junto con Stephen Camilli, otro fanático que lo ayudaba en la
organización, les pagó un viaje a Alan para que jugara en Colombia y otro
a Ian para que participara de un torneo de playa en Italia.
Allá
vieron a un nene de seis años abriéndose de piernas y tirando un forhand
increíble. Vieron a una chica salir disparada como una bala para interceptar un
pase del equipo contrario. Y vieron a un hombre
mayor tirándose de manera horizontal, casi volando, para no perder un
disco.
─Queríamos hacer esas
cosas acá. Desde ese momento nuestra prioridad fue el Ultimate ─dice Alan y
parece revivirlo con una mirada de orgullo.
***
Los
jugadores uruguayos están ladrando. En sus gemelos no hay desgarros ni
vendajes. Hay huellas de perro pintadas con marcador negro. Están parados en el
medio de la cancha a la espera de su segundo partido en el Torneo Puro
Espíritu. Se los ve en círculo, abrazados. Algunos tienen escrito en sus
cabezas rapadas la palabra Ultimate. Hay jugadores de todas las tallas, algunos
son regordetes y otros con los brazos tan consumidos que parece que van a
quebrarse apenas un disco los golpee. Los ladridos se escuchan cada vez más
fuerte.
El equipo uruguayo de Ultimate se
llama Cimarrón y nació hace tres años. Carlos Chiale, más conocido en la
comunidad como Carloncho, enseñaba ajedrez a niños de un merendero en
Montevideo. Uno de sus compañeros de voluntariado era un norteamericano que en
su tiempo libre le había contado lo básico del Ultimate y lo había invitado a
jugar con otros extranjeros a la playa. Allá fue con su hermano menor, Juan
Martín.
─En
ese momento no teníamos ni idea de la filosofía del juego limpio. Íbamos
solamente a tirar el disco ─recuerda Juan Martín Chiale mientras enreda sus
dedos en un collar de mostacillas del Club Atlético Peñarol. Lo que tampoco
sabía en ese momento es que una vez que conociera a la comunidad del Ultimate cambiaría
la pelota por el disco.
Antes
de volver a su país el norteamericano se despidió con dos simples actos que sin
saberlo ayudarían mucho al crecimiento del Ultimate charrúa. Les dejó su disco
volador y les hizo el contacto con los ultimateros argentinos: los hermanos
Mackern.
─Tienen
que cruzar el río y venir a jugar con nosotros –les dijo Alan Mackern
invitándolos a participar.
Y
ese momento llegó en Semana Santa del 2010. Reunieron a un par de familiares y
amigos, se subieron a un barco y participaron en lo que sería su primer torneo,
el Torneo Espíritu Sudaka –en ese momento “Truco”– que nació con la idea de acercar las comunidades de Ultimate en la
región de América del Sur.
─Fuimos
unos caraduras. Nos mandamos con lo poco que teníamos. Vimos que no era sólo
lanzar el disco para arriba y correr como hacíamos nosotros ─recuerda Juan
Martín Chiale y ríe.
Quedaron
tan alucinados con el trato de la comunidad que una única idea se les pudo
haber ocurrido.
─Bo,
el próximo torneo lo hacemos en Uruguay, ¿ta? ─dijeron los hermanos Chiale.
Y
con las garras charrúas cumplieron su promesa en octubre organizando su propio
evento deportivo.
De esos encuentros nacieron ─y nacen─ grandes amistades.
─En
cualquier lugar del mundo donde haya un disco yo sé que tengo una cama donde
dormir. Eso no pasa en los otros
deportes ─dice el uruguayo Sebastián Barcia, quien vino al Torneo Puro Espíritu
a jugar con su hija de catorce años.
Barcia
nunca participó en actividades que sean a ganar o a perder porque piensa que la
competencia va en detrimento de la condición humana. Hasta la llegada del
Ultimate, él andaba en zancos y en monociclo por la rambla de Montevideo. Hasta
que un día se acercó al disco y entendió que en este deporte la relación con el
otro y la competitividad no son opuestos.
─La
competencia hace que todos juguemos mejores partidos pero no a toda costa ─dice
Barcia acalorado. Se saca el gorro de pesca con cubre nuca, lo sumerge en un
balde de agua y se lo vuelve a poner en su cabeza pelada.
Son
las once de la mañana y el sol quema en Ciudad Universitaria. Adentro de la
cancha, Laureano Landaburu, de Los Petreles ─el único equipo de Ultimate de Mar
del Plata en formación─ felicita a su oponente uruguayo por la buena
intercepción del disco. Él será otro de los cuarentones que al final del torneo
valorará que este deporte le da un espacio.
─En
la mayoría de los deportes te dicen que hasta acá llegas y sino te mandan a
jugar con un grupo de viejos decrépitos.
Pero
mientras tanto él ─ahora en la cancha─ está concentrado en el partido. Tiene el
disco en sus manos, gira la cabeza de lado a lado, pivotea y busca a quién
darle el pase. A los pocos segundos y a su derecha aparece su hija que logró
perder su marca y está lista en la zona de gol para recibirlo. Laureano no
duda, le clava la mirada y lo lanza con fuerza. Mientras el disco gira en el
aire, él sueña con que algún día ese
pase lo reciba su nieto.
En
los alrededores de la cancha los ladridos se sienten cada vez más fuertes. Pero
esta vez no son sólo los uruguayos. El resto de los equipos argentinos se suma
a los aullidos. Ladran feroces como una gran jauría de perros bayos aunque en verdad sólo sean un rebaño inofensivo.
***
─¿A
qué estabas jugando cuando te caíste? ¿Al hockey? ─preguntó el traumatólogo.
─Al
Ultimate Frisbee ─respondió Mercedes Napolitano.
─Ehhh…
¿al qué? ¿Frisbee dijiste? ¿Cuál es? Ah, sí, ¡ya sé! El del disco, la playa y
el perro.
─No hay perro.
Mercedes
tenía la muñeca rota, los ojos vidriosos del dolor y cierto fastidio por tener
que mantener el diálogo de siempre sobre el disco, la playa y el perro.
A
la explicación del Ultimate le siguió un yeso, varias sesiones de
rehabilitación y meses sin jugar.
─Me sirvió para acercarme más a la comunidad
de Ultimate sin estar adentro de la cancha y me di cuenta de que el espíritu de
juego traspasa el campo ─dice Napolitano en el Torneo Solidario. Tiene un corte
de pelo salvaje ─corto, rapado a los costados y con un jopo de rulos ─ y es de La Plata.
Al
deporte lo conoció en noviembre del 2011 por una red social de viajeros. En una
de esas reuniones de intercambios culturales junto a su novio Juan Ottonello
conocieron a Riley Peck, un chico de Portland que estaba estudiando una
maestría. Antes de irse –y al igual que
en los inicios del Ultimate en Buenos Aires y en Montevideo– el norteamericano les enseñó el deporte hippie y
les regaló un disco.
Pero
en la ciudad de las diagonales el Ultimate empezó de una manera muy recreativa.
En las noches frías eran tan solo dos hermanos –Juan y José Ottonello–
haciéndose pases. A veces se les sumaba su sobrino Tomás, de diecisiete años.
Poco a poco Juan Ottonello se empezó a tomar el deporte más en serio y llevaba
el disco a todas partes tratando de conseguir adeptos. Pero no convencía ni a
su novia.
─Al
principio yo era una de las enemigas del disco. Estaba tranquila en una plaza
tomando mate y venía un disco de imprevisto y me pegaba en la cara ─recuerda
Mercedes.
Ella
siempre estuvo lejos de los deportes. Si de juegos se trataba prefería siempre
los de mesa, nada que le exigiera un esfuerzo físico. Pero una de esas tardes
de verano ocurrió algo inusual.
Juan
estaba retrasado y empezó a llegar gente nueva. Mercedes dejó el mate y la
cámara y agarró un disco. Empezó hacer pases con ellos. Sabía la teoría de
memoria. Cuando llegó Juan se disculpó por el atraso, explicó a los nuevos las
reglas básicas y preguntó:
─¿Están
listos? ¿Jugamos?
─Sí
─respondió Mercedes con total naturalidad.
Ni
ella lo podía creer. Desde aquel día se volvió adicta al Ultimate. Por varios
meses fue la única mujer que jugaba en el equipo de La Plata pero no notaba
diferencias de género en la cancha.
Gracias
al boca a boca y a vivir en una ciudad universitaria llegaron muchos
extranjeros que ya jugaban Ultimate en su país y se incorporaron al grupo.
Julio
Rojas Correal fue uno de los primeros jugadores colombianos que llegó a La Plata en el 2012. Vino para
hacer una maestría en Educación Física. En su tesis postuló al Ultimate como un
deporte de equipo diferente y en contra de lo establecido.
Sin
embargo al llegar a Argentina notó grandes diferencias respecto a su país.
─No me gustaba el ambiente en
Colombia. Allá la competencia hizo que suba el nivel de los jugadores pero
también el contacto físico. Se juega muy fuerte ya que el deporte está mucho
más desarrollado. Acá la comunidad es más cálida. Siento que mis compañeros de
equipo son mi segunda familia ─dice Julio mientras alienta desde
la línea.
Ese interés, ese compromiso
y esa organización del grupo platense se hizo cada vez más fuerte. Hoy
entrenan tres veces por semana. Los jugadores se juntan en el Parque Alberti y corren
a ritmo variable, hacen continuos cambios de dirección, efectúan saltos, lanzan
el frisbee a diferentes distancias y luchan por su posesión. Los
sábados juegan un picadito en la
República de los Niños y ponen en práctica el aprendizaje de
los entrenamientos. Este año viajaron a Córdoba, Montevideo y Bahía Blanca para
participar en distintos torneos con otras comunidades del Ultimate. Además
buscan difundir el deporte en las escuelas para enseñarles a profesores de
educación física.
─El
Ultimate fue tomado en varios países como un proyecto de pacificación para
reducir la violencia en lugares más carenciados. Les enseña a los chicos a
tener mucha más empatía, es ponerse en la situación del otro y escucharlo antes
de irse a las manos –dice Juan Ottonello
en una entrevista radial.
En
los días lluviosos el capitán organiza encuentros bajo techo para mirar
partidos y charlar cuestiones teóricas. Allí la motivación entre sus
integrantes es fundamental, la aplicación de estrategias conjuntas y el
perfeccionamiento táctico como equipo.
Era
miércoles a la noche y en La
Plata llovía torrencialmente. El equipo se había reunido para ajustar algunos parámetros de juego. Los
jugadores estaban sentados en el piso, en círculo. En el medio había tapitas
de gaseosas desparramadas.
─Armen un área de gol
por favor ─dijo Juan mientras repartía unas fotocopias con apuntes.
Las
tapitas rojas simulaban ser el equipo de La Plata y las azules el equipo contrario. La única
tapa blanca era el disco volador. Mientras el capitán iba moviendo las rojas
con rapidez como si fueran sus jugadores explicaba nuevas estrategias de juego.
Todos alrededor escuchaban atentamente. Pero los nuevos sabían que una vez que
terminara la clase teórica serían protagonistas de la noche de bautismo.
Sobre
una mesa de madera había un disco volador. Alguien destapó una botella de
cerveza y la vació adentro del frisbee. Uno por uno, los nuevos integrantes tomaron
el litro de cerveza sin parar.
─En
el día de hoy serás Salva ─dijo Julio a Vitro y le hizo en broma la señal de la
cruz.
Vitro
se acomodó en la silla y Gabriel –de una gran y blanca sonrisa– le puso una
camiseta de babero. Ella tomó el disco con las dos manos y empezó a tomar
despacio, de a pequeños sorbos.
─¡Fondo,
fondo, fondo! ─le gritaron.
Pasados
los primeros minutos algunos se sorprendieron.
─Mírala
eh. La tiene re clara ─dijeron desconfiados. Otros le sacaban fotos.
Vitro
siguió concentrada.
─¿Está
respirando todavía? ─preguntó otro.
Ella
emitió una leve sonrisa y salieron burbujas de su nariz. Pero no paró.
─No
puedes parar, vuela, ¡vuela! ─la alentó Julio
como si fuera un trabajo de línea.
En
el último tirón ganó velocidad hasta terminarlo. Todos aplaudieron y cantaron su
nombre.
Horas
más tarde, después de tomarse varios litros de cerveza de un tirón, hicieron
una tormenta de ideas para elegir el nombre del equipo. Dijeron varios nombres:
cascarudos du papa, wifi, disco cruzado, la logia, cucarachas, moebius,
baldosas flojas. Los anotaron en un papel y
los metieron en un disco como si fuera una urna. El equipo de La Plata pasó a llamarse
Moebius.
***
En
el segundo y último día del Torneo Solidario el
césped brilla intensamente bajo el sol
del mediodía. Pero ni los cuerpos cansados ni el calor agobiante
impiden que los escoltas del platillo hagan sus rituales.
Los
Petreles de Mar del Plata avanzan hacia la cancha desplegando sus brazos a los
costados, imitando el vuelo de las aves marinas.
Los
de Disco Stu, en círculo, extienden sus brazos hacia el centro con una mano
encima de la otra y luego se sueltan gritando un fuerte “STUUUUU”.
Los
jugadores de Cadillacs rugen como potentes
motores. Después cantan su habitual himno:
–
¡Cerveza, cerveza, cerveza, chori, chori, chori, PAN
PAN PAN PAN! –
El
equipo Sapukay lanza con fuerza el grito de la provincia argentina de
Corrientes de liberación, pasión, y grandeza.
–Por
ti seré, por ti seré, vamos Big Red –cantan al ritmo de La Bamba los jugadores del
equipo del oso verde creado en 2008. Una vez terminado el partido con La Plata, los titulares y
suplentes de ambos equipos se sientan al costado de la cancha en un gran
círculo, intercalados. Estiran sus piernas, toman agua y se quitan sus
camisetas. Es la hora de otro encuentro importante: el “Círculo de Espíritu”. El
tiempo de desahogo.
–Estoy
contento porque están creciendo células de Ultimate afuera de Buenos Aires.
Sumaron conocimiento, calidad y eficiencia a un ritmo de crecimiento asombroso.
Ahora saquémonos todo el orgullo y el ego y hablemos a calzón quitado con la
mayor honestidad para que ambos equipos podamos mejorar –dice el capitán de Big
Red, Martín Gottschalk, al equipo platense mientras come una mandarina. Para
Gottschalk estos círculos –que ahora sirven como una retroalimentación y como
una manera de limpiar las posibles asperezas que hayan quedado– empezaron en
realidad en los orígenes del deporte hippie con los abrazos al universo.
En la ronda también se debate sobre
el Espíritu de Juego, regla fundamental del Ultimate que se evalúa y se premia.
Se reparten unas planillas de calificación con el objetivo de educar a los equipos y ayudar a los
mismos a mejorar su desempeño en el campo. Allí se evalúan aspectos como el conocimiento y el uso de las
reglas, las faltas y el contacto cuerpo a cuerpo, el juego limpio y la actitud
positiva.
–En
otros deportes vos sabes que llegas a la cancha, jugas un partido con
desconocidos y te vas a tu casa sin saber ni siquiera los nombres. No te reís ni
reflexionás con ellos –dice el colombiano Camilo Gómez. Juega hace dos años en
Argentina y le dedica al disco unas treinta y cinco horas semanales.
El
equipo de La Plata
y EFUM –Espíritu de Fuego Ultimate Moreno– deciden jugar al Ninja. Se paran en un círculo con
todos los jugadores alternados, hacen
una reverencia y arranca la cuenta regresiva:
–¡3, 2, 1 Ninja! –gritan aguerridos.
Todos los jugadores dan un salto atrás y se colocan en posición de
ataque.
Al instante un jugador ataca a su compañero de la
derecha con un movimiento rápido con el fin de golpearle la mano. Su oponente,
después de esquivarlo, se queda quieto. Si en cambio la mano del
jugador hubiera sido golpeada, estaría fuera del juego. La ronda continua hasta que solo queda un vencedor.
–El
ninja pone a prueba la velocidad, la agilidad y
los reflejos mientras nos divertimos –dice Nahuel Pérez, de 19 años,
mientras mira atento la final del “Torneo Puro Espíritu” entre Disco Stu y Big
Red. Tiene una argolla pequeña en la nariz, un expansor en la oreja derecha y
el pelo con gel.
Nahuel
y el resto de sus compañeros de equipo en ese momento desconocen varias cosas.
Disco Stu será el campeón luego de jugar un partido muy peleado en el que se
definirá por “gol de oro” y EFUM no conseguirá estar ni siquiera en el podio. No
les importará. El equipo de Moreno recibirá el premio aún más importante y
festejado: el premio del Espíritu de Juego. Los jugadores volverán a sus casas eufóricos,
con discos en las manos y medallas de
chocolate en las mochilas. Al pasar por las canchas de fútbol se encontrarán con
una escena caldeada: un tiro libre
polémico seguido de empujones e insultos.
–Se
vienen las piñas –dirán los ultimateros y seguirán caminando.
El sol seguirá azotando la vista pero unas
nubes duras llegarán cuando el árbitro muestre la tarjeta roja.
*Crónica trabajada en el marco del Taller de Crónica Periodística, a cargo de Josefina Licitra.
Una versión reducida fue publicada en la revista BRANDO, edición Marzo 2014.