TERCERA SEMANA EN NZ
Hace un año atrás, allá por enero del 2010, con Jose decidimos recorrer el norte de Nueva Zelanda en uno de nuestros fines de semana libres. Rodrigo, nuestro amigo de Quilmes, se sumó al viajecito lo que nos vino de maravillas ya que además de su agradable compañía se convirtió en el conductor asignado (Manejar del lado izquierdo y por rutas desconocidas, al principio, no es tarea fácil).
La noche anterior dormimos en el departamento de Ro que quedaba en la ciudad y a dos cuadras del Rent Car para salir bien tempranito. Cenamos los fideos de siempre, los “Zafarelli,” que creo que el nombre lo dice todo. Y acompañados de unas frías cervezas Tui (las más económicas) y de música bizarra planeamos el itinerario del otro día.
Como este diálogo hubo muchos, sumado al detalle que cada dos segundos había que mirar el mapa de nuevo porque se nos olvidaban los nombres muy rápido. Aunque la policía nos paró dos veces por algunas infracciones, nada pasó a mayores. Acá (o sea, allá en NZ)“Don billetín” no existe pero parece que el chamuyo argentino funciona.
De los paisajes recorridos en el camino no voy a comentar mucho; dicen que una imagen vale más que mil palabras. (Sí, frase muy pero muy trillada, ¿y qué?) Rescato los que más nos gustaron:Langs Beach
Wangharei Falls
Luego de la cena de noodles (figurita repetida) y tras una cerveza que me habían prometido fuimos a un bar donde hacían una fiesta latina. Mucho “Asereje” y Macarena” (y todas esas canciones de carnaval de las fiestas de 15 que si te la pasan en La Plata es porque en breve muere la noche). Pero a la distancia todo es diferente. Entre tanta música en inglés daba placer bailar ese ritmo con los compatriotas, que se yo…esas cosas que no se explican mucho, un no se qué (diría Panigassi) que te acerca a tu país.
De chica miraba las palomas de las plazas y me intrigaba por qué los humanos no podíamos tener alas. Quién no se preguntó cuando era niño cómo sería volar; cómo sería esa sensación en las alturas. Las dudas se me disiparon ese verano...
Fue inesperado, en esos días de viaje en que pareciera que a la mañana está todo fríamente calculado y a la noche nada salió como lo planeado. Me estaba por subir a un crucero por Bay of Islands, en la Isla Norte. Este lugar comprende un parque marítimo de 144 islas. Allí están las mejores playas del país; muchos Kiwis eligen este destino para sus vacaciones de verano.
Con clima subtropical y abundante vida marina, la arena de Bay of Islands es blanca; el agua, cristalina. Hay mucho viento, mucho. El crucero hasta “Hole in the Rock” y la experiencia de nadar entre los delfines en su habitat son las dos excursiones más populares del lugar. Por una cuestión económica había optado la primera opción: conocer el agujero natural entre las rocas.
El crucero ancló en el puerto de Pahia, la principal ciudad turística de la bahía. De allí parten los barcos de las excursiones, los ferrys y los charters de pesca. Mientras esperaba a subir, observaba la amplia variedad de cafés y alojamientos -desde backpackers hasta lujosos resorts- que ofrecía la avenida más importante.
—¿Skydiving? ¿Cómo qué en media hora? Eso es... ¡ya!— contesté sorprendida mientras que por inercia miraba el reloj. Para tirarme en caída libre desde un avión a 15.000 pies de altura y a 200 kilómetros por hora, necesitaba mínimo una preparación psicológica.
—¿Por qué hoy? Si dijimos que lo íbamos hacer en la Isla Sur, al final del viaje…dentro de dos meses — pregunté confundida.
Había llegado la hora del vuelo del bautismo.
En la sala de espera, un cartel grande y negro con letras grises alentaba a los que se animaban a esta aventura: (traducción:“No debo tener miedo. El miedo mata a la mente. Voy a superarlo y luego ya no será nada más que un simple recuerdo”)
—Me da impresión verte caer a vos— me dijo con voz dulce mientras se acomodaba el casco protector.
Mi compañera de aventuras se había subido primera al avión por el anhelo de tirarse antes pero había quedado lejos de la puerta. Como era tan pequeño no nos podíamos cambiar de lugar. A los 15.000 pies, abrieron la puerta. Carl y yo, atados por un arnés, sacamos los cuerpos afuera sosteniéndonos de la avioneta. El viento golpeaba con fuerza y las mejillas se habían vuelto temblorosas y rojas. El intenso frío helaba las narices y hacía que los ojos lagrimearan.
Carl me sujetó fuerte y en posición fetal nos arqueamos en forma de una banana. Recordé el video… luego de unas pruebas de bamboleo saltaríamos. Ya estaba en el baile pero no tuve tiempo ni de pensar…
Y Josefina me vio desaparecer entre las nubes blancas y pomposas.
Después de los 60 segundos más largos de mi vida, el instructor abrió el paracaídas y un sentimiento de seguridad se apoderó de mí. Al instante, los cuerpos helados se bambalearon con rapidez como en una turbulencia y las antiparras comenzaron a empañarse; estábamos atravesando las húmedas nubes.
Al ver aparecer las cientos de islas que antes había visto en los folletos y que desde esa altura se veían con tanta claridad, los ojos verdes y vidriosos se movían de un lado a otro sin parar. Durante quince minutos de planeo, sobrevolamos islas de variados colores que flotaban en el inmenso y oscuro Pacífico.
¡Párrafo aparte para Cape Reinga!
Al otro día me duraba la excitación por el Skydiving y aún nos quedaban un par de lugares más por conocer en el norte antes de emprender el regreso a Auckland. Con algunos argentinos y chilenos que también se sumaron pasamos por las playas que continuaban la línea de nombres maoríes graciosos. Paramos en la Península de Karikari donde la arena era blanca y tamizada como la harina (para mi gusto la mejor playa del país kiwi). Allá jugamos un partido mixto en el que mi equipo lamentablemente perdió.
A medida que íbamos subiendo, el rugir de las olas y el sonido del viento eran cada vez más intensos. Desde la altura se puede apreciar el encuentro turbulento entre las aguas del Mar de Tasmania y las del océano Pacífico. La vista del atardecer y el vibrar del agua al chocar las dos corrientes erizaba la piel. Una leve lluvia nos mojó pero al instante un arcoiris apareció detrás del faro y las gotas pasaron a segundo plano.
Meses después, cuando en una mañana primaveral alguien me dijo para un feo momento "Pensá en tu lugar feliz", Cape Reinga apareció en mi mente.
La joda loca, tragos riquísimos y regalados, la música a todo volumen y una cantidad de gente terrible (era lo que pensábamos, pero no, nada de eso). Sólo una entrada de 30 kiwis (eso dolió) , música electrónica, un trago asqueroso y nosotros tres con el barman (que por suerte no era de hielo!). Un frío intenso, tanto que no se soportaba aún con el traje térmico y por eso decidimos irnos de recorrida por otros bares.
Eso sí, lo bueno es que ahí nunca iba a faltar el hielo para el fernet.
-Alguien dijo que entraba sin pasaporte a los bares y al final no pudo entrar a ninguno?
-A alguien no lo dejaban manejar tranquilo?
-Alguien tenía mucho miedo en la avioneta?
-Alguien en vez de nadar con los delfines tuvo que rescatar a un hombre que se ahogaba y después correr a los delfines?
-Alguien jodía con ir a todas las cataratas?
-Alguien casi se cae a las cataratas?
-Alguien se cagó de frío en el bar de hielo?
-Los pájaros kiwis son sólo un mito?