lunes, 27 de septiembre de 2010

Principio de incertidumbre

Una nueva sección ha llegado a este blog. ¿La razón? Para contar aquellas pequeñas historias que tienen que ver con gente que he conocido en los viajes o simplemente aquellas personas que por simples detalles como una conversación, un gesto, una mirada, una actitud o una manera de caminar, me han llamado la atención y me han dejado pensando.

"Los peores antros, a las peores horas, están llenos de la mejor gente"

-¿Te ayudo? Me parece que estás en problemas…

Miré hacia abajo, a mis manos, donde estaba el problema. Esas miles de piezas destartaladas eran mi celular; se me había caído desde una escalinata y ahora parecía un rompecabezas para armar. Gruñí con mala gana. Había tenido un mal día. Él tenía razón. Mi torpeza era inaudita. Su mano blanca tomó el aparato, hizo malabares y en pocos segundos volvió a ser mi querido Vodafone.

Nunca lo había visto en el micro, aunque siempre hacía el mismo recorrido. Me subía a las ocho de la mañana para ir a la ciudad y a las seis de la tarde para volver a mi casa, ubicada en North Shore que quedaba cruzando un puente. Muchas veces los pasajeros eran los mismos, la misma rutina cada día. Conocía a Joe, el conductor de Samoa, que con un inglés a lo Tarzán me contaba que vivía muy bien económicamente en Nueva Zelanda pero que odiaba la rutina; extrañaba su país donde solía pescar seguido. También estaba Anne, una estudiante canadiense de intercambio que se sentaba siempre en el último asiento del lado de la ventanilla izquierda. A la familia Waills también la veía durante los días de semana. Estaba compuesta por Sue, una mujer rubia y elegante; John, su marido ejecutivo que iba a trabajar en las oficinas de Victoria Street, y el niño Matt, de nueve años, que bajaba primero en la escuela privada de Birkdale.

Pero a él no lo había visto nunca. Le agradecí por su gesto amable. Me sonrió. Era un joven recién rapado pero por las espesas cejas se notaba que era rubio. De ojos celestes, tenía una mirada especial, frágil, que me dejó pensando. Era nacido en Escocia pero fue criado desde chico en tierras maoríes. Llevaba una musculosa blanca; era verano y hacía mucho calor. Tenía cuerpo de hombre fornido pero cara infantil. Su sonrisa tenía un dejo de ingenuidad y sencillez.

-Mirá qué hermoso atardecer- dijo señalando a través de la ventana del micro. Un sol anaranjado se reflejaba en el agua cristalina donde cientos de veleros estaban anclados uno al lado del otro.

-Como una postal- contesté admirada por el paisaje.

Se tomó el atrevimiento de tomar mi mano. No me lo esperaba, pero fue con delicadeza.

-Me gusta tu anillo, ¿qué significa?- me preguntó con curiosidad.

Le conté que eran mis iniciales y que me lo había regalado mi abuela cuando cumplí los quince. Aproveché la oportunidad para presentarme. Él se llamaba Benjamín y tenía 24 años.

-Es hermoso. Me gustan mucho los anillos- dijo entusiasmado. Al instante, me mostró el suyo, una libélula de plata de gran tamaño que resplandecía con una tonalidad metálica.

-Soy orfebre. Estoy trabajando en esto ahora.

Sacó un viejo cuaderno de su mochila y en sus páginas había un dibujo realmente alucinante. Era el paisaje que acabábamos de ver, aquella postal del puerto; me miró con complicidad.

Se dio cuenta que era extranjera, pensó que era rusa. Me preguntó por mi vida, difícil tarea la de resumir en un recorrido de treinta minutos y a un desconocido. Le hablé sobre mi país, de mis estudios de periodista y mi afición por la fotografía y los viajes. Deseó con simpatía que algún día le pudiera sacar fotos a sus obras de arte.

Ben amaba la naturaleza y soñaba algún día con comprar una casita en el campo para vivir con su hijo de dos años. Cuando hablaba de él, el rostro le cambiaba completamente, aparecía una sonrisa brillante de anhelo y protección. El hijo no vivía con él; admito que me intrigó el motivo pero no pregunté.

Me quedé mirando su brazo izquierdo, un tatuaje tumbero. Aunque desvié la vista rápidamente, Ben se dio cuenta.

-Es una larga historia. Soy adicto desde chico, estoy tratado de salir. Mis dibujos me ayudan.

Aquella explicación me entristeció. Sentí que el alejamiento de su hijo se debía a aquella razón. Pareció leerme la mente.

-Igual lo estoy empezando a ver más seguido, este fin de semana lo voy a llevar a Takapuna, una playa cercana ¿Conocés?- dijo con esperanza mientras guardaba el cuaderno de dibujos. Le sonreí y afirmé con la cabeza.

Ya estaba llegando a la rotonda de Birkdale donde debía bajarme. Éramos pocos los que aún quedábamos en el bus. Parecía que iba a llover, lo que no era raro en Auckland. Deseé haber vivido más lejos para continuar la charla, me había cambiado el humor y no se trataba de un encantamiento amoroso para nada.

-Adelante, vos primera- indicó con caballerosidad. Él también se bajaba en la misma estación. Saludé a Joe, a quien vería al día siguiente.

Benjamín hizo un chiste con mi celular y nos despedimos en direcciones opuestas. Caminé lentamente cuando unas gotas de lluvia empezaron a mojarme y aceleré el paso. Me di vuelta para verlo partir. Pensé que no lo iba a volver a ver.

A la mañana siguiente, a las ocho en punto como siempre tenía que estar en la parada del micro que me llevaba a la ciudad. Como llegaba tarde corrí las cuatro cuadras en subida. Con la respiración entrecortada, tenía los cordones desatados, el pelo enmarañado y la mochila abierta y revuelta. Una cara conocida se rió de mi deplorable estado. Me sorprendió ver a Ben. A él también; se alegró.

Nos sentamos en los asientos de atrás y conversamos todo el viaje. Me preguntó cómo había pasado aquella noche tormentosa; no había podido pegar un ojo y eso que soy de las personas que aman dormir con lluvia. Me habló de un té que él tomaba cuando lo aquejaba el insomnio. Le sucedía seguido. “No es nada raro, un simple té” me dijo riéndose tímidamente. Le alcancé un papel para que me lo anotara porque no le entendí la pronunciación. “Camomile”, dije en voz alta, lo voy a probar. Cuando busqué la traducción resultó ser té de manzanilla.

Del otro lado me había anotado su mail. Le había contado que al día siguiente me iba de la ciudad, continuaba mi viaje en la isla sur.

-Para que me escribas cuando llegues a tu país.

-¡Queen y Victoria Street!- gritó el conductor de la empresa Birkenhead.

-Acá me bajo. Te escribo y seguimos en contacto.

-Dale, yo sigo unas paradas más, voy a Parnell a vender mis anillos.

Le deseé suerte, él buen viaje y nos despedimos. La tormenta había desaparecido y parecía que al mediodía aparecería de nuevo ese sol radiante de marzo.

Un mes después, cuando volví a Argentina, le escribí como había prometido. Me contestó a los dos días. Se acordaba de mí, la chica del micro. Le pregunté por su hijo y sus diseños. Me contó de aquel fin de semana en la playa, donde se habían bañado en el agua y comido tarta de kiwi (que no estaba nada mal porque estaba muerto de hambre). Unos nuevos modelos lo tenían ocupado por aquellos días y tenía pensado entre sus nuevos proyectos volver a estudiar. Se ofreció a ayudarme a practicar el inglés y quería aprender “argentino”. Intercambiamos novedades, canciones y fotos. Pero desde aquel último mail de abril no supe más nada de él.

En algún rincón lejano, una libélula se posa sigilosamente sobre una caña, levanta sus alas largas y delgadas y despega vuelo en dirección sur.


miércoles, 22 de septiembre de 2010

El legado de Heródoto...

Esta vez no hay relato propio sino simplemente la intención de compartir este artículo que me gustó mucho. Habla de los viajes, el periodismo y reivindica el reportaje literario.

Ah! y un pedido. Si por casualidad alguien tiene o encuentra en alguna librería "Viajes con Heródoto" (tb de Kapuscinski) avísenme por favor que lo estoy buscando hace mucho! =)

Por Ryszard Kapuscinski (*)

Herodoto, que vivió hace 2500 años y nos dejó su Historia , fue el primer periodista de investigación. Es el padre, el maestro y precursor del reportaje. ¿De dónde viene este género? Tiene tres fuentes, de las cuales viajar es la primera. El viaje no en el sentido de un paseo turístico o una salida para descansar, sino como una ardua y concienzuda expedición de descubrimiento que requiere una adecuada preparación y una planificación e investigación cuidadosas a fin de reunir material de charlas, documentos y la propia observación del lugar. Ese es justamente uno de los métodos utilizados por Herodoto para llegar a conocer el mundo. Durante años viajaría a los más lejanos lugares de la tierra conocida por los griegos. Fue a Egipto y a Libia, a Persia y a Babilonia, al Mar Negro y hasta el norte de los Escitas. En su época, se imaginaban a la Tierra como a un círculo chato en forma de plato rodeado por una gran corriente de agua llamada Océano. Y la ambición de Herodoto era llegar a conocer todo ese círculo.

Herodoto, sin embargo, además de ser el primer reportero fue también el primer universalista. Completamente consciente de las muchas culturas que había sobre el planeta, ansiaba conocerlas a todas. ¿Por qué? Según él, uno puede conocer mejor su propia cultura cuando se familiariza con otras, ya que la propia revelará mejor su profundidad, su valor y sentido sólo cuando encuentre su reflejo en otras, en la medida en que éstas irradien una mejor y más penetrante luz en la propia.

¿Qué logró con su método comparativo de confrontación y reflejo? Bueno, Herodoto enseñó a sus conciudadanos la modestia, atemperó su vanidad y orgullo desmedido, el sentimiento de superioridad y arrogancia hacia los "no-griegos", hacia todos los demás.

"¿Ustedes manifiestan que los griegos crearon a los dioses? De ninguna manera. En verdad, ustedes se apropiaron de los dioses egipcios. ¿Dicen que sus construcciones son magnificentes? Sí, pero los persas tenían un sistema de comunicaciones y transporte muy superior."

Así, Herodoto intentó a través de sus reportajes consolidar el mensaje más importante de la ética griega: el autodominio, el sentido de la proporción y la moderación.

Además de los viajes, otra fuente del reportaje es la otra gente, la que se encuentra en los caminos y aquélla por la que uno viaja para conocer, con el fin de que nos transmita sus conocimientos, sus historias y opiniones. En esto Herodoto demuestra ser un extraordinario maestro. A juzgar por la manera en que escribe, a quién entrevista y la forma en que les habla, Herodoto da la impresión de ser un hombre abierto y lleno de buena voluntad hacia los otros, que se relaciona con facilidad con los desconocidos, interesado por el mundo, observador y sediento de conocimiento. Podemos imaginarnos su forma de actuar, hablar, preguntar y escuchar. Su actitud y comportamiento muestran lo que es esencial en un periodista: respeto por el otro, por su dignidad y valor. Escucha atentamente los latidos de su corazón y la manera en que los pensamientos atraviesan su mente.

Herodoto advierte la debilidad de la memoria humana, consciente de que sus interlocutores relatan diversas y a menudo contradictorias versiones de una misma historia. De ahí que sus informes sean multidimensionales, ricos, vívidos y palpables. Herodoto es un infatigable reportero. Se toma el trabajo de andar cientos de kilómetros por mar, a caballo o simplemente a pie sólo para oír otra versión de un acontecimiento del pasado.

El quiere saber, no importa el precio que deba pagar, y desea que su conocimiento sea el más auténtico posible, el más cercano a la verdad. Este escrúpulo estableció un buen ejemplo de la responsabilidad que asumimos en todo lo que hacemos.

La tercera fuente del reportaje es el trabajo del periodista en su casa: leer lo que se ha escrito y perdura en los textos, inscripciones o símbolos gráficos relacionados con el tema en que se está trabajando. Herodoto también nos enseña cómo ser investigadores cuidadosos.
En su época, la cantidad de materiales con los que se podía contar era mucho más pequeña que aquélla de la que disponemos hoy. Cualquier cosa que se lograba reunir era muy apreciada. Naturalmente él había leído a Homero, a Hesíodo y a poetas y dramaturgos. También descifraba inscripciones en templos y murallas.

Sensibilidad a los detalles

Todo era importante, potencialmente capaz de revelar un mensaje o un nuevo significado. Con su propio ejemplo, Herodoto mostró que un reportero debía ser un observador cuidadoso, sensible a los detalles que parecen insignificantes y banales pero que pueden resultar símbolos o señales de mundos mucho más importantes que pertenecen a un orden más elevado.

"Todo el mundo tiene la tendencia natural a adquirir conocimiento", afirma Aristóteles, algo más joven que Herodoto, en el comienzo de su Metafísica . Y agrega que es la vista la que juega el papel más importante porque es la que percibe mejor las diferencias. Nosotros también sabemos de la importancia del ojo del reportero, atento, penetrante, observando lo que parece invisible, lo que puede ser la otra cara de un determinado fenómeno, a menudo lo más importante.

Sin embargo, el problema es que, para observar lo que es esencial, uno tiene que estar en el lugar. Y para llegar allí hay que movilizarse, viajar. Y de esos viajes, de su presencia en el lugar, resultaron los grandes reportajes de Herodoto sobre el mundo que hemos estado leyendo durante 25 siglos. El reportaje surgió de lo que Aristóteles llamó "la tendencia a adquirir conocimiento". Y en este deseo humano, la pasión del periodista se encuentra con las expectativas de sus lectores, de sus oyentes y espectadores.

Un reportero movido por la "tendencia a adquirir conocimiento" trata de compartir con sus lectores la curiosidad por el mundo, la propia tendencia de ellos a "adquirir conocimiento".

Por ello un buen reportaje es tan apreciado en el mundo contemporáneo. El hombre de hoy vive en un mundo pensado por los medios, de ilusiones y apariencias, simulacros y fábulas, y siente instintivamente que se lo alimenta con mentiras, hipocresía, falsedad y manipulación virtual, por lo que busca algo que tenga el poder de la verdad y de la realidad. Es decir, cosas auténticas.

Lo veo en mis encuentros con los lectores. Cuando relato alguna de mis aventuras de corresponsal, es posible que alguien me interrumpa con la pregunta: "¿Es eso auténtico?" Le aseguro a dicha persona que realmente estuve allí y una ola de alivio circula entre la audiencia y se establece una atmósfera amistosa. Porque están participando de algo real ya que alguien que ha sido testigo del hecho realmente está allí frente a ellos.

Entonces, ¿qué es un reportaje literario? ¿Cómo definirlo y describirlo? No es fácil, ya que vivimos en un momento de "géneros confusos", una especie nueva.

Cuando trabajé en países del Tercer Mundo como corresponsal de una agencia de noticias durante bastante tiempo, tenía la frustrante sensación proveniente de la pobreza del lenguaje periodístico al confrontarme con la rica, variada y colorida realidad -a menudo difícil de definir- de esas culturas, costumbres y creencias.

El lenguaje que a diario se utiliza en la información y que usamos en los medios es muy pobre, estereotipado y lleno de fórmulas. Por esta razón enormes áreas de la realidad que manejamos se encuentran fuera de la esfera de la descripción, pues el mensaje con fórmulas es incapaz de transmitirlo. Entonces, ¿cómo salir de este cul de sac de sentimientos insatisfactorios y de frustración?

Nuevo Periodismo

Yo me valgo de las sugerencias de escritores como Truman Capote, Norman Mailer y Gabriel García Márquez, cuyos escritos cabalgan en el borde de la ficción y la crónica periodística. Ellos introdujeron la expresión "Nuevo Periodismo". Con ella se referían al tipo de escrito en el que acontecimientos auténticos, historias y accidentes verdaderos se describen con un lenguaje que contiene las opiniones y reacciones personales del escritor y a menudo con condimentos tales como el agregado de color, es decir con técnicas y formas de la ficción. Esta combinación creativa y enriquecida de dos formas y técnicas de comunicar y describir constituye lo que llamamos un reportaje literario.

Este resultó ser una feliz y original "mezcla de géneros", especialmente a la luz del progreso en la ciencia y la tecnología, que ha enriquecido y diferenciado increíblemente el aspecto del mundo, cada vez más difícil de describir con el lenguaje.

Yo mismo lo percibí al escribir La Sombra del Sol ¿Cómo describir una jungla con el lenguaje de la información periodística? Esto es absolutamente imposible a menos que se utilice el tesoro de las belles lettres con su variedad de expresiones. Por otro lado, hoy, la misma literatura se vale continuamente del reportaje.

¡Observen cuántos periodistas son personajes de ficción, cuántas descripciones tienen el estilo de los reportajes en fragmentos y diálogos clásicos de la ficción!

En este mundo multicultural quienes pertenecen a otras culturas demandan ser tratados como iguales, reclaman el mismo respeto y ser tenidos en cuenta. Está ya bien establecido que no hay culturas mejores o peores y que la diferencia está dada sólo como resultado de condiciones geográficas e históricas específicas.

El problema es que sabemos poco sobre otras culturas y es posible que actuemos más con estereotipos fáciles y falsos que con el adecuado conocimiento. Esto es lo que Herodoto comprendió muy bien.

Más aún, él sabía que sólo el mutuo conocimiento hace posible la comprensión y comunicación y es el único camino hacia la paz y la armonía, la cooperación y el intercambio.

Con esta idea in mente , el periodista se zambulle de lleno en la actividad: viaja, investiga, toma notas, explica por qué otros se comportan de un modo distinto que nosotros y muestra que esas otras formas de existencia y comprensión del mundo tienen una lógica propia, son razonables y deberían ser aceptadas en lugar de generar agresión y guerra.

Así es sencillo ver la responsabilidad de nuestra labor, el reportaje.
Al ejercer nuestra actividad no somos sólo hombres o mujeres con intereses literarios, sino también una suerte de misioneros, traductores y mensajeros.

No traducimos de una lengua a otra, sino de una cultura a la otra, a fin de que mutuamente se comprendan mejor y por lo tanto se sientan más cercanas.

(*) Ryszard Kapuscinski (1932 - 2007) fue un periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta polaco.