jueves, 28 de mayo de 2009

Cuarto destino: Tucumán

Piribi (intento de ruido del msn). Bananera – LoPiTa dice: Guilda vamos a Tucumán??!!! :)
A través de la pantalla me la imaginé con toda la emoción y esperanza. Acto seguido, mi respuesta: “Ehhh, ¿a ver al lobo? y daleeeee!!”, dije obviamente sin ni siquiera pensarlo. ¡Qué mejor idea! Pero al instante caí en la cuenta de algo: “Ahh no, pará, ¡¿Cuándo juega?! ¿El domingo? Rindo el miércoles Antropología, la puta madre y no terminé de leer las fotocopias. Y encima no entiendo, la del teórico no explica nada, me marea cada vez más, la del práctico también, me falta leer el módulo 2, digamos que estoy al horno negra”.
Bananera Lopita dice: “Dalee Gil”.
Gil dice: “Sabés que quiero, pero no puedo”.
Ir o no ir, esa era la cuestión. El deber me llamaba. Pero yo sabía que quería otra cosa. La ventanita del msn de mi insistente amiga tripera, Floppy, alias la negra o lopita, titilaba cada vez más seguido. A toda costa me trataba de convencer. Eran muy graciosas sus ideas que variaban cada dos segundos. Pasaban de la seriedad a la incoherencia total:
- Si lo convenzo a Tukán de ir en el auto a Tucumán, ¿venís?
- Te llevas los libros! lees en el viaje, son 24 hs de ida y 24 de vuelta (?)
- Vamos en micro, son 13 hs, el domingo ya estas acá (?)
- Ya sé, vamos en avión! En 3 horas vamos, miramos el partido y volvemos (baratito eh!)
- Hay que llevar repelente por el dengue
- ¿El parcial tiene recuperatorio?
- Andá al examen y chamuyá que vos sabes!
- Tenes que venir guildaaaa no va a ser lo mismo sin ti:(
- Tenes tiempo hasta el viernes para arrepentirte
- Vamos con Ferchu que ya sacó pasajes, no tenés excusa, ya tenés la entrada!

Mientras que la idea me tentaba cada vez más, le decía que averiguara mejor y me iba a estudiar (por las dudas). Pero al ratito otra idea descabellada interrumpía mi estudio nuevamente. Finalmente después de mucho pensar, lo consulté con mi almohada. Y me desperté al otro día decidida, cantando al ritmo de: “Señores lo dejo todo me voy a ver al lobo!” (para los que no saben es una canción de cancha). Y Antropología que sea lo que Dios quiera, sabía que si no hacía ese viaje me iba a arrepentir. Imagínense, tres de mis grandes intereses en la vida unidos: Un viaje para ver al lobo con una amiga. Y encima un plan inesperado, esos que rompen con la rutina cotidiana. Esos planes que necesito. Muchos me dijeron que era la mejor decisión que había tomado, otros que estaba loca por la cantidad de horas de viaje o que no podían entender ese fanatismo. ¡Y qué me importaban las horas, era lo de menos! Si por el lobo soy capaz de hacer eso y mucho más. Como dice el mail que me mandó un amigo una vez: Tuve la posibilidad de elegir vivir todo el tiempo con la razón pero elegí ser de Gimnasia.
Así que emprendí el viaje, acompañada de otros tres triperos: Mi amiga Floppy; mi preceptor del colegio, Ferchu, y Marcial, un profesor de inglés que no conocía pero que me cayó simpático al instante. Llegamos temprano a la sede de calle 4 como si hubiera habido partido de reserva y terminamos saliendo a las 17 hs del sábado. El resto de mis compañeros de viaje eran en general hombres, aún sigue vigente la idea de que a las mujeres no les gusta el fútbol. Tal vez Floppy y yo éramos la excepción en ese viaje. Predominaban los jóvenes, en general grupitos de a dos o tres y algunos señores más grandes como el que se sentó adelante mío que no hizo otra cosa que fumar las 19 hs del viaje y entrometerse en las conversaciones ajenas. Había pocas familias y las parejas eran las menos. Todos estaban vestidos con los colores de nuestro querido equipo y cantaban fervorosamente. Los 1400 kilómetros de ida transcurrieron entre mates y charlas de todo tipo. Entre sueños profundos que la gente parecía olvidarse de que estaba en un semi – cama y entre sueños interrumpidos cada media hora. Las películas que el chofer transmitía eran un caso aparte. Eran muy buenas en general pero la calidad era de terror. De las cinco películas que pasaron (entiéndase 19 hs de viaje!!) no se podía ver una de forma normal. En el dvd que tenía la imagen bien, no se leían los subtítulos, en el que se escuchaba bien tenía la imagen entrecortada y sino tenían pésimas traducciones. Escuchar a Julia Roberts en gallego me superaba. Así que traté de dormir más que nada, pero no tanto como otros. Aunque se ve que estaba descansando cuando los chicos de atrás se tomaron todo el Fernet y no convidaron o cuando el micro paró por segunda vez en un lugar que no recuerdo dónde fue.


Luego de 19 hs de viaje, por fin llegamos a Tucumán. Cansados obviamente, pero con la alegría de que ya estábamos más cerca de nuestro objetivo. Alentar al lobo en este partido difícil, en esta final que valía más que tres puntos. El coordinador como le decía yo, que me cargaban, nos indicó que teníamos 5 horas libres para hacer lo que quisiéramos y que a las 17 hs debíamos volver a juntarnos en el micro organizado por la sede. Me sentí como en un viaje de egresados. Con la banda tripera decidimos ir a conocer la famosa “Casita de Tucumán”, situada en el centro de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Y nunca mejor puesto ese nombre. La casita es ni más ni menos una casita. Tantos años aprendiendo historia, imaginándola de otra manera hasta que la visité y sinceramente me llevé una desilusión. Chiquita, pintada de color blanca, tiene dos patios medianos con un aljibe y un cañón de la época colonial. En su interior, se exhiben en las vitrinas objetos antiguos. El lugar más relevante de la casa es la sala donde se proclamó la declaración de Independencia de la Argentina, el 9 de julio de 1816. Después del paseo, dejamos sellado nuestro paso por la casita, junto a las cientos de firmas de los restantes triperos que pasaron por allí. Luego vendría la típica foto turista con la casita de fondo y las mejores la de la gente del lobo con las banderas.



El sol radiante tucumano de la una del mediodía y el ruido de nuestros estómagos nos hicieron detener en una pizzería. Allí comimos una rica muzzarella acompañada de una cerveza Norte, donde brindamos con la esperanza de obtener un triunfo a la noche. Nuestro tiempo libre restante lo usamos para probar los helados tucumanos (debo admitir que fue mi idea y que me acordé de dos amigas heladeras que les hubiera gustado estar ahí conmigo) y para disfrutar del día soleado en un parque donde mateamos y nos tiramos a dormir una siestita.




En mis crónicas suelo contar más detalles del lugar visitado, pero en esta oportunidad los lectores me sabrán disculpar ya que esta vez me la pasé más tiempo viajando que en la misma ciudad. Solo les diré que me llevo dos imágenes. La “fotografía” de una ciudad abandonada en el tiempo y una más alentadora: la de la plaza central, la plaza Independencia, un lugar cuidado, rodeado de importantes edificios coloniales, con abundante vegetación y con almas triperas paseando y cantando por allí…


La hora del partido se iba acercando así que nos juntamos todos los del micro y nos dirigimos al Estadio Club Atlético San Martín de Tucumán "La Ciudadela” con algunas precauciones del “coordinador”. Muy tranquilizadoras, por cierto. En el camino hacia el estadio tuvimos algunos percances, producto de tener un chofer inteligentísimo:
1. Querer pasar con el micro por debajo de un puente muy bajo. Consecuencia: rotura de la toma de aire.
2. Querer llegar al estadio sin saber el camino. Consecuencia: nos perdimos.
3. Querer separarse de los demás micros de las filiales e ir sin patrulleros. Consecuencia: piedrazos y rotura de vidrios.


Cuestión que entre tantas vueltas que dimos llegamos para el tercer gol de la reserva. El ambiente futbolístico ya se sentía desde lejos. Unos 25 mil tucumanos apoyaban fervorosamente a su equipo mientras que el aliento de los 2200 triperos parecía triplicarse en cada grito. Como si les hicieran sentir a los jugadores cada kilómetro que habían recorrido desde la ciudad de La Plata y de tantos otros lugares. La 22 tiñó de azul y blanco la popular visitante con banderas, papelitos y globos.
La noche tucumana era de por sí excesivamente calurosa pero los cánticos que se escuchaban desde las tribunas parecían aumentar la temperatura en varios grados. No era un partido más, era un duelo clave. Los triperos cantaban al ritmo de:“Dale lo, dale lo, dale lobo, dale lo”, “Jugadores, jugadores, les queremos avisar, agotamos las entradas, hoy hay que ganar”. Había que demostrar a los locales que los jugadores de Gimnasia no estaban solos en el estadio. Los nervios corrían por el cuerpo de cada fanático, en cada pase errado, en cada chance de gol desperdiciada. Pero en el minuto 37 desde un tiro de esquina, la pelota le quedó servida a Messera por el costado derecho de la cancha. Éste tiró un preciso centro para la cabeza de Esteban González que con una palomita dejó sin chances al arquero Gutiérrez y marcó el 1 a 0. El grito de los hinchas triperos fue ensordecedor. El gol de Teté se festejó con más fuerza que nunca. Un momento inolvidable para los que tuvimos el privilegio de estar ahí y que debimos ver la repetición luego en la televisión porque por la cantidad de gente que había y por la ubicación de la tribuna no se veía claramente el arco.

El corazón latía cada vez más rápido, y paralelamente los minutos de mi reloj en vez de avanzar parecían retroceder. Con los nervios a flor de piel, los hinchas del lobo alentaban a más no poder, tenían la ilusión de ganar, de demostrar que no todo está perdido y que todavía se puede. Y esa ilusión se transformó en realidad cuando el árbitro Bassi dio el pitazo final. Un sentimiento de gloria invadió los corazones azules y blancos. Gritos desgarradores como si los que se quedaron en La Plata, estuvieran allí presentes, festejando con nosotros. Abrazos con los triperos amigos. Y abrazos con los desconocidos, aquellos que comparten la misma pasión. Muchas risas y hasta lágrimas de felicidad. Saltos de inmensa alegría que hacían vibrar los escalones angostos de La Ciudadela.


Quedaban 19 largas horas por delante, pero ya no importaba. El lobo había cumplido. Finalmente, luego de 38 horas de viaje, 400 pesos y 2800 kilómetros, regresamos a casa: Festejando…

¿SERÁ VERDAD?

En este viaje, ¿Será verdad que...
- Alguien se la pasaba durmiendo?
- Alguien hacia que estudiaba?
- Iban a terminar todos a los besos si el chofer seguia poniendo ese tipo de películas?
- Todos estaban demasiados sucios?
- Al chofer le encantaba despertar a los triperos con Leo Matiolli a todo volúmen?
- Alguien perdió la seriedad que tenía?
- Alguien casi muere en el festejo del gol?

viernes, 8 de mayo de 2009

Tercer Destino: Mini viaje a 20 y 50

Nunca creí que me podrían haber pasado tantas cosas en mi mini viaje. Y digo mini, porque era un traslado nomás desde mi casa (cerca de la Terminal de micros) hasta Control Urbano, en 20 y 50. Era un gran día, tenía que rendir mi examen práctico de manejo.
Esa noche dormí muy mal porque estaba ansiosa y porque a las 5.30 de la madrugada sonó la alarma de mi casa. El sonido chillante, constante y profundo me hizo saltar de la cama y yo ya me estaba imaginando que alguien me estaría apuntando con un arma desde el balcón. Afortunadamente había sido solo un pájaro pero ya no pude conciliar el sueño profundo. Estaba ansiosa, tanto que antes de que sonara el despertador ya estaba con los ojos abiertos mirando el techo. Había puesto el despertador más temprano de lo normal, por las dudas. Desayuné solo un café con leche ya que evité las tostadas de siempre porque se me había cerrado el estómago, producto de mis nervios.
Me fui caminando a la parada del micro y mientras, recordaba la táctica para estacionar correctamente que me había enseñado Hernán, mi profe de manejo de una clase. Estaba concentrada en las maniobras que tendría que hacer cuando de repente mi pie derecho pisó algo blanduzco. Efectivamente descuidé mis propios pasos y plafff… “Genial”, dije. Caca de perro, y ¡de qué perro!, seguramente había sido un Gran Danés. Si, me acordé hasta de la hermana que no tengo. Con mucha bronca me limpié en el pasto pero traté de pensar en positivo: “Bueno, dicen que trae buena suerte, a lo mejor me viene bien” .
Seguí caminando con el olorcito encima, y cuando ya estaba llegando a la parada del 307 una señora bajita y muy charlatana me preguntó dónde quedaba la Terminal de micros. Le expliqué que si se dirigía por diagonal 74 dos cuadras derecho se la iba a chocar. La señora, que me contó que se llamaba Mirta y que iba a buscar a su hijo que llegaba de Neuquén, pareció no creerme. Les recuerdo lo que les dije en la primera crónica: “Parezco del interior y dudo siempre cuando
me preguntan sobre las direcciones”. ¡Pero esta vez estaba realmente segura!! Y la señora me contradecía y encima me contaba la historia de vida de su hijo. Y yo miraba mi reloj y pensaba. Menos mal que había salido más temprano. El fortuito episodio de la mierda y la interrupción de esta señora habían atrasado mi mini viaje. Después de mucho “dialogar” respetuosamente le dije a la señora que realmente estaba apurada, y le recordé el camino que debía tomar. La señora, un tanto desquiciada pienso yo, me gritó que sentía el olor. Me di vuelta mirándola con mi mejor cara de traste y vi que Mirta finalmente se dirigía hacia el lado opuesto al que le había indicado.
Lo del olor era verdad, vergonzante, pero ya no llegaba a ir a mi casa a cambiarme las zapatillas. Sólo rogaba que el micro no tardara en venir. Cuando llegué a la parada, me di cuenta que mi tarjeta magnética de micro se había dañado, no me iba a funcionar. “Genial”. Y más genial cuando busqué en mi billetera y obviamente no tenía monedas. Cuestión que entre que me crucé al kiosco para comprar algo que no necesitaba para que me diera monedas me perdí dos micros que pasaron. “Esto de que pisar caca de perro trae suerte, es una estafa de alguien”, pensé. Ya a esta altura no estaba para nada contenta. Estaba un tanto irritada, pero me alegré al ver que por fin el micro llegaba.
En el recorrido debo reconocer que me fui tranquilizando. No quería llegar más nerviosa de lo que estaba, porque sabía que me iba a jugar en contra. Pero evidentemente, el día, Dios, alguien que me hizo un mal de ojos o no sé qué cosa o quién hicieron que mi mala racha continuara. El 307 frenó bruscamente. Y no volvió a arrancar. La gente furiosa, bajó a esperar el otro colectivo. Miré el reloj y como no tenía tiempo decidí terminar mi recorrido caminando ya que estaba a diez cuadras. Además cuando estoy en este estado de irritación me hace bien caminar sola para tranquilizarme. Como sabrán mis amigos pocas veces me pongo de mal humor. Muy pocas veces.
Ahora, cuando me pongo…. me pongo. Después pido perdón cuando me la agarro con gente que no lo merece pero en ese momento clave no te me acerques porque te puedo morder.
Así que a paso rápido (ya había perdido mucho tiempo por las interrupciones) empecé a caminar por la calle 50. Me había olvidado el mp3 pero no me importó, seguí, escuchando los ruidos de la ciudad. Hasta que de golpe una gota me cayó en la cabeza. Y otra. Y otra. Y otra más grande. Y así, de repente (no estaba anunciado) se largó a llover a cántaros. Sí, me volví a acordar de esa hermana que no tengo, de mi madre, y demás. Empecé a correr, inútilmente. Me mojaba lo mismo. Hasta que finalmente llegué a mi destino.
Miré la hora. Ya era tarde. Además de los nervios que ya tenía por el examen ahora se le sumaba el malhumor. Tenía sueño y hambre. El olor repugnante se había dispersado y mi pelo era algo incontrolable. Estaba empapada. El policía de la puerta, que escuché que estaba gastando a un tripero, me dijo haciendose el gracioso: “¿llueve?” A lo que al instante pensé: “No, te parece. Tenía calor y me zambullí en la pileta de mi casa, boludo”.
Y ahora ya sabía que me esperaba lo peor. Sacar número, que me tocara el 97 y que tuviera 40 personas adelante. Y luego, todas las cuestiones burocráticas al ritmo de: “Hacé tal cola”, “Dame los papeles”, “Llená ésta planilla”, “Andá a la ventanilla 3”, ”Esperá que ahora te llamo por el apellido”, “Sacate la foto”, “Firmá acá”, “Andá a la ventanilla 4”, “Poné el dedo derecho acá”, “Andá a la ventanilla 7”, “Entregá los papeles del auto”, “Andá a la ventanilla 5”, “Decime qué letras ves acá”, “Decime de qué color es el círculo”, “Andá arriba a la ventanilla 7” , “Bajá y esperá en el playón”, etc, etc, etc...
Y de repente me desperté. Y me quedé pensando unos instantes, confusa. No entendía. Sobresaltada, salté de mi cama y fui a buscar rápidamente mi billetera. Y al abrirla sonreí. Porque allí estaba ese papel nuevo, con mi foto y mis datos. Allí estaba ese papel que ahora me permitirá ser la conductora en mis viajes...





sábado, 2 de mayo de 2009

Segundo Destino: San Bernardo

Sentimientos encontrados, paralelos y opuestos. Momentos de enojo, angustia y desilusión. Momentos de alegría y fervor. Juntos, hoy, hacen que el reloj de mi cabeza se detenga, dé marcha atrás y recuerde esos momentos pasados. La amistad que se transforma. La que se marchita. La que se diluye. La que se renueva. La que se fortalece. La que se extraña. La que se añora. La amistad que no se olvida jamás. El amor de verano. El que perduró. El que murió. La independencia que crece. Lo que fue, lo que es y lo que será...
Y si de esto se trata, San Bernardo es el lugar que viene a mi mente. El destino elegido para mis primeras vacaciones con amigos y el que se repitió durante años. Por ésta razón intentaré desarrollar aquí algunas de las experiencias vividas a lo largo de cuatro veranos. Espero no confundir al lector y que mi memoria no me falle.
---------------------------------------------------------------------------------------------"Después del examen de Matemáticas, vamos a comprar los pasajes para San Ber”, me dijo una amiga hace unos años. No recuerdo qué día, pero seguramente fue uno de los primeros días de Diciembre cuando estábamos por terminar otro año escolar. Y qué nos importaba cómo salíamos en el examen, lo que realmente queríamos era ir a la Terminal a comprar los pasajes. Ustedes dirán: ¿Por qué tanta emoción? Era más que un simple boleto a esa localidad balnearia que por cierto queda relativamente cerca. Era un pasaje hacia la libertad. Por lo menos así lo sentía a esa edad. Porque las primeras vacaciones con amigos quedan en la memoria. Uno siente independencia y libertad. Uno se siente grande, se siente bien. Aunque se tenga 15 años y la mamá le siga lavando la ropa, irse con amigos a una ciudad que no es la propia y sin mayores a cargo era un gran paso. Era un desafío. Limitado, obviamente. No iba a escaparme de mi casa pero era un desafío al fin.
Emprendí el viaje con mis cinco amigas hacia esta ciudad cercana, donde nos hospedamos en el edificio de una de ellas. El querido Principado. Tenía una ubicación privilegiada: sobre la calle principal, Chiozza, y a tan sólo dos cuadras de la playa. El departamento 307, en el tercer piso, se hacia querer.


Siempre solíamos ir la primera quincena de enero. Me acuerdo que nos caía Reyes por lo que en los primeros años nos invadía un sentimiento de niñez y, luego de poner los zapatitos nos hacíamos regalos sorpresas (en lugar de pasto poníamos yerba y para el agua un bidón de 5 lt). Aclaración: estábamos en esa etapa niñez - adolescencia en que todo tipo de boludeces, contradicciones, e incoherencias son comunes.

Para que puedan entender como eran nuestros veranos les explicaré con más detalle como se desarrollaban nuestros días. Envueltas en ese contexto de cambio tanto físico como psicológico, propio de la edad, sumado al hecho que no había mucho control paternal, precisamente no nos caracterizábamos por levantarnos temprano para disfrutar del sol de la mañana como lo hacen las familias. En plena adolescencia, la noche nos llamaba más la atención así que nuestro día empezaba recién a las 4 de la tarde, con algún ruidito molesto que interrumpía nuestro dulce sueño. Era fácil: o era un novio que había quedado en La Plata o los padres que querían saber si te estabas portando bien. Maldito control, que a la distancia no se notaba tanto. Bastaba con tener apretado el botón rojo del celular and turn it off. Bueno, cuestión que ya alguna se había despertado. Estaba la que saltaba de la cama directo a bañarse, sí aunque no lo crea se bañaba para ir a la playa y después meterse al mar. Nunca lo entendí. También estaba la que necesitaba hacer fiaca unos minutos o la que directamente se quedaba durmiendo. Los diálogos solían repetirse: “Miren la hora qué es!! ¿Desayunamos? ¿Almorzamos? Merendamos?”, preguntaba una. “Poné el agua para el mate, comemos algo por ahí”, ordenaba otra. “¿Quién lleva la yerba? Yo llevo cartas”. “No llevo el bronceador si a esta hora ya no quema el sol”, aseguraba una amiga. Entre una cosa y la otra se nos hacían fácil las 16.30. Bajábamos en el ascensor, siempre haciendo algún comentario del cartel del control de seguridad que nunca estaba en color verde lo que significaba que no estaba en condiciones óptimas. Saludábamos al portero amablemente. Aunque no recibíamos de él la misma respuesta.

Siempre hacíamos el mismo recorrido para ir a la playa. Al llegar a la esquina de Santa María de Oro una amiga miraba por una extraña razón a la heladería. Luego, continuábamos viaje charlando, riendo, y en el medio de la cuadra recuerdo que siempre me llamaba la atención un cartel de un restaurant. “Si no comió bien, no paga”. Todavía tengo pendiente comprobar si es verdad. Bueno ya casi llegábamos al balneario, pero antes estaba la parada primordial. Se trataba de un lugar muy caluroso y con un nombre poco original pero chistoso: “El rey del churro”, acompañado obviamente de un cartel en la vereda con un dibujo de un churro muy sonriente con un gorro panadero. Comprábamos una docena y ahora si llegábamos al balneario Aloha. Lleno de gente. Demasiada. Grupos de jóvenes, familias, niños correteando por ahí, chicos jugando al fútbol, etc. Que tarea difícil era la de encontrar un lugar para nosotras seis sin que tuviéramos que tocarle con el pie la cabeza pelada de un cuarentón. Luego de esa misión casi imposible, nos acostábamos a tomar sol o mejor dicho a seguir durmiendo. Es que la noche había estado movidita.


Si hacía calor, no se aguantaba esa situación de estar tiradas cual lagartos en la arena. Íbamos derecho al mar. Siempre alguna terminaba revolcada por una ola violenta. Como es la condición humana (me hago cargo), era muy divertido para el que lo veía y muy vergonzante para el que lo padecía. De ahí, alguna caía “sin querer” a la arena, sobretodo cuando había algún chico que se abusaba de su fuerza física. Y listo, milanesa.

De vez en cuando una pelota te caía encima (particularmente parezco un imán, este verano me cayeron de todos los tamaños). Pintaba el mate, los churros y los amigos que te visitaban como si los olieran a la distancia. Además todas las tardes se escuchaba la clásica propaganda irritante: “pi pi pirulo, el helado más rico de la ciudad”, que pasaba con una pancarta en una avioneta destartalada que mirando al cielo uno pensaba: ¡Ay dios por favor no quiero morir de esta manera!

De estar tiradas tanto tiempo alguna proponía caminar hasta al muelle. Pero muchas veces no pasaban de meras intenciones porque el muelle estaba lejos y rondaba en el pensamiento de la mayoría que se estaba de vacaciones de todo, del colegio, de la familia, y el gimnasio no debía quedar excluido!
Y así llegaba el atardecer, y nos encontraba jugando al truco, haciendo campeonatos acompañados de rondas de mates. Se levantaba viento y decidíamos volver al departamento. Había que hacer las compras para la cena y uno de los momentos que más se disfrutaban del día era el de la picadita al atardecer. Siempre presente, mejor aún si había balcón. Entre los vicios de las muchachas (coca cola, chizitos, cigarrillos y cerveza bien fría) se desarrollaban las mejores charlas. La confianza extrema. Las confesiones. Los delirios. Las canciones. Los juegos. La risa que contagiaba y que hacía ampliar el deseo de que esa quincena no terminara pronto. Y así en la tranquilidad que producía estar viendo la noche estrellada en shorcito, buzo, ojotas y con el pelo enmarañado, un grito agudo interrumpía esa escena y me avisaba que tenía el próximo turno para bañarme o me llamaba desde abajo para que le tirara la llave por el balcón porque se había quedado afuera del edificio. Mientras tanto, otras de las chicas recorrían la peatonal, miraban vidrieras o se detenían a observar los espectáculos de los artistas callejeros. Un clásico era escuchar en la puerta del Principado al chico que cantaba Ojalá de Silvio Rodríguez.


Finalmente, después de un tiempo bastante considerable en que nos dedicábamos a las cosas típicas de la mujer se armaban las previas. Solas o con amigos nunca faltaba el alcohol y la música. Miles de juegos y apuestas. Un grupo timbero. El truco, el carioca, el póker, la mosca, la canasta. Y también estaban los que servían para “entonarte” antes de salir. Esos que desinhiben y causan mucha diversión y otras veces tantos papelones que es mejor no acordarse. “El 21” (que sentenciaba a los que no tenían memoria), “el barquito”, “el yo nunca” (momentos de confesiones), “la abuela”, “el medio limón”, “el buenos días señorita” (no apto para gente que no coordina), etc.


Y así vaso va, vaso viene, continuábamos la noche caminando hasta llegar a la Avenida San Bernardo donde estaban los bares y boliches. No éramos de ir a bailar sino más bien de quedarnos en un bar. Éramos clientas habituales del bar llamado Dublín. Un lugar oscuro, de tamaño mediano con sillas y mesas de madera. Tenía un pool y afuera un patio grande con sillas plásticas de Quilmes. Mucho rock nacional. El otro bar que nos gustaba era La Roca, ubicado en una esquina con mucho espacio al aire libre donde pasaban buena música, y tocaban bandas en vivo.



Y al finalizar la noche, con los pies cansados caminábamos esas cuadras que se hacían eternas. Con muchas anécdotas graciosas, con mucha resaca, tal vez haciéndole la gamba a una, cuidando a otra. Terminábamos yendo a comer conos de papas fritas en Floppy`s o yendo a la playa para ver el amanecer junto al mar.
Y en nuestro despertar tardío, corrían las semanas hasta que en el último día nos dábamos cuenta que habíamos ido a la playa 15 días pero que estábamos más blancas que cuando llegamos. Entonces a las 12 del mediodía, nos calcinábamos al sol sin protección. Y chau. Consecuencia inmediata: roja como un tomate (platense), y a la noche terminábamos con un vaso de agua en la cabeza para revertir la insolación. Creer o reventar. Ya no había nada que perder, se terminaban las vacaciones.


Párrafo aparte merecen tres amistades que compartieron conmigo este destino:
1) La amistad que se fortalece: Ella que es mi amiga desde hace 15 años. Ella que me conoce como nadie. Ella que es de Estudiantes. Que sueña con casarse, tener hijos, un perro y vivir en una casa grande con escaleras (obviamente diseñada por sí misma). Ella que tiene una memoria envidiable que recuerda los números de teléfonos y las fechas de los cumpleaños. La que ama ver series y películas. La que es adicta a la coca cola y a los chizitos. Ella que es impuntual. Que sabe cómo está mi estado de ánimo incluso sin verme. Ella que es mi compañera de emociones...

2) La amistad que se renueva: Ella que forma parte de una amistad vieja que se transformó para bien en una amistad mayor. Ella que comparte conmigo la pasión por el Lobo. La que vive haciendo chistes. La que es adicta al fernet y a los cigarillos. La que conoce esas canciones que nadie sabe. La que se distrae con cosas brillantes. La que se pasa el día riéndose. La que ama las botas. La que extraña su ex casa. La que no tiene paciencia con los chicos. La que muchas veces piensa en inglés. Ella que es exagerada como pocos. Ella que sabe como levantar el ánimo. Ella que es mi cómplice...

3) La amistad que se extraña y que no se olvida: Él, que no tenía memoria. Que ganaba al 21 porque siempre le tocaba el mismo número. Que fumaba cigarrillos Camel. Que era generoso y muy caballero. Que caminaba muchas cuadras más para que no nos volviéramos solas. Que extrañaba a su abuelo y que amaba a su novia. Que le hacía la gamba al amigo. Que estudiaba y trabajaba. Que se pasaba diciendo: Ufa. Que en esos 10 días se hizo querer y que junto a Nacho se ganaron el título de Los increíbles. Él, que cantaba muy mal y que tocaba la guitarra aún peor. Él...que cada vez que veo esta foto me arranca una sonrisa de mi cara...

¿SERÁ VERDAD?

En este viaje, ¿Será verdad que...
- Alguien siempre se ponía mal el protector solar y se quemaba con marcas de dedos?
- Alguien se tomó sin querer un vaso de agua lleno de cenizas de cigarrillo?
- Algunas comían queso mientras que cantaban "Let it cheese"?
- A alguien le agarró un ataque porque había perdido su gorra (que misteriosamente apareció en el freezer)
- Los hígados pedían piedad porque veían la mesa con manchas de alcohol que no salían?
- Alguien veía caras en un buzo y escuchaba una orquesta en la heladera?
- Alguien hinchaba mucho con la guitarra al ritmo de Nacho, Nacho...?
- Alguien cayó Bajísimo, bajísimo!?
- Alguien se clavó una astilla en el pie?
- El Mickey que vendía pirulines en la playa hacia apología de la droga?
- Todas querían que lloviera para ir a comer tortas a Toto`s?
- Festejaban siempre los cumpleaños en Carlitos porque les hacían un show?
- Alguien el primer día rompió el placard?
- Alguien rompió la garrafa?
- Las mayores que podían ir al bingo ganaron una vez y despertaron con mucha emoción a las menores que se habían quedado durmiendo?
- Alguien amablemente fue a comprar sandwichitos al almacén de enfrente y volvió a los dos segundos llorando porque se había caído de la escalera?
(confieso que yo fui la torpe pero ¿saben cuál fue la respuesta inmediata de mis queridas amigas?? ¿Y los sandwiches?? Como las odié, me había hecho mierda y las gordas preguntaban por la comida!!! jajaja fue una caída histórica...

Me pregunto muchachas, ¿Qué esperamos para ir un fin de semana largo al Principado?